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La historia francesa se escribe con la derecha

El primer turno de las elecciones legislativas ha dejado un panorama muy favorable al partido de Marine Le Pen, que obtiene un resultado histórico, con una participación electoral de récord

30 junio 2024 23:31 | Actualizado a 01 julio 2024 11:42
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Frustración, esperanza, salto al vacío, desolación, alegría, resultado histórico, pero muy histórico, lo nunca visto. Participación del 65,5% por ciento, la más alta desde 1981. Hace tanto tiempo que hablamos de participaciones del siglo pasado. «La democracia ha hablado» dice una Marine Le Pen exultante. Es la primera en tomar la palabra. Mientras Emmanuel Macron encerrado en su palacio del Elíseo se felicita por la participación y llama a una unión imposible en torno a una única persona, la suya: él como única solución posible. Lleva así 7 años. El Estado soy yo. Una fórmula usada. Macron, como Napoléon a su retorno de Elba, quiere ganar apelando a sus enemigos. A los miembros del Partido Comunista, los de la France Insoumise de Jean Luc Melenchon, y los socialistas de Rapheël Gluksmann (no olvidemos los Verdes que aparecen desaparecidos). Difícil que Macron consiga la adhesión que el Emperador (los franceses no le llaman Napoleón, sino el Emperador) consiguió en el bosque de Vizille (a pocos kilómetros de Grenoble). Una vieja anécdota sirve como ejemplo ilustrativo del carisma y la personalidad de Napoleón: su ejército se enfrentaba a las tropas enviadas por el rey para detenerle; los hombres de cada bando formaban en líneas y se preparaban para disparar. Antes de iniciarse el fuego, Napoleón caminó hacia el centro de ambas fuerzas, encarando a los hombres del rey y abriendo su pechera mientras decía: «¡Si alguno de vosotros es capaz de dispararle a su emperador, hacedlo ahora!». Poco más tarde, todos los hombres se unían a su causa. El bosque tiene ahora forma de águila. Dicen los de allí que la naturaleza le rinde homenaje.

El partido de Le Pen quiere acabar con la nacionalidad para todo el que nazca en Francia

«Ningún francés perderá sus derechos» dice un joven de 28 años. Jordan Bardella, alto como un pino, con un rostro serio, habla así. En una frase quiere resumir lo que ha sido el Gran Debate detrás de toda esta campaña: qué significa ser francés. Quién puede ser francés. Quién quiere ser francés. La primera cuestión necesitaría una enciclopedia para poder ser dilucidada, las segunda es una cuestión de leyes y la tercera es una cuestión de emociones. El partido de Marine Le Pen quiere cambiar las leyes para determinar quién puede ser francés; y el resultado de ayer, si se confirma en una semana, va a permitírselo. Al final quién quiera ser francés no va a poder serlo, y eso -a pesar de que les parezca un galimatías- es tocar lo más esencial: Francia es el único país del mundo con una ambición universalista inscrita en su constitución, Francia abraza a la humanidad, quiere ser el refugio de la humanidad, así se define a sí misma desde la Revolución y así ha querido ser el estabishment sin pensar jamás en revisar el concepto. Bien, la Francia no «universalista», ha votado por cuestionar todo esto. Hasta ahora el Ius Soli es el prevalente en la legislación francesa. Es decir, es francés el que nace en Francia (a excepción de la isla de La Mayotte en el Índico, que sufre una auténtica invasión de inmigrantes de las islas Comores vecinas, pero este es otro tema). A diferencia de Alemani, donde quién manda es el ius sanguinii, es decir se es alemán si tus padres lo son. Este derecho de nacionalidad es el que el partido de Marine le Pen y Jordan Bardella quieren abrogar y eliminar. De esta manera, dicen, pondrán fin a la llegada masiva de inmigrantes que, dicen, diluyen y anulan la auténtica Francia (al final en todas partes dicen lo mismo: el miedo al otro campa a sus anchas).

Empiezan ahora las negociaciones triangulares para decidir los dos candidatos

Estas elecciones han sido también las elecciones del regreso del caso Dreyfuss con acusaciones de antisemitismo volando en todas direcciones. Al posicionamiento histórico del partido de Le Pen, que ha negado en más de tres ocasiones el Holocausto y que tiende a minimizar el rol de la Francia colaboracionista de Vichy en la Segunda Guerra Mundial, se ha añadido el alucinante posicionamiento de la izquierda radical de La France Insoumise de Jean Luc Melenchon, que no quiere reconocer los hechos del 7 de octubre en Israel como ataque terrorista. El antisemitismo es un viejo tema de la política francesa, pero la virulencia de esta campaña es una novedad que va a marcar el resultado final del próximo domingo. Porque así es nada está dicho hasta el próximo domingo.

Empiezan ahora las auténticas negociaciones. El sistema electoral francés mayoritario a dos vueltas exige que en la segunda vuelta solo dos candidatos estén en liza. Como los resultados de la primera vuelta dan el siguiente panorama: RN de Marine le Pen y jordan bardella un 33%, El Frente Popular de Melenchon y socialistas, comunistas y verdes, un 28,10%, el partido de Emmanuel macron, Ensemble, un 20,70% y la derecha gaulista de Les Republicains, un 10%. Esto va a obligar a elegir. A recomendar a los votantes por quién votar cuando tu partido no tiene opciones. Este proceso tiene por nombre: las triangulares, y será lo más parecido a un encaje de bolillos que en política se pueda hacer. Ya se habla de barreras antiLePen, de barreras antiMelenchon. Pero el problema es que no se puede poner barreras a todo el mundo. Los votantes de Macron -que van a ser los decisivos- van a tener ante sí un escenario de película de terror (para ellos) o votar a la izquierda radical, o votar a la derecha populista y soberanista. O la extrema izquierda o la extrema derecha.

Así están las cosas que Melenchon ya ha dicho que sus candidatos se retiraran en todas las circunscripciones para evitar un duelo con el RN y permitir a cualquier otro ganar ese escaño. Los demás partidos se posicionan en un equilibrio extraño que consiste en decir «voten a los que defiendan los valores republicanos».

Los valores republicanos son otro de los elefantes que aparecen en todas las habitaciones francesas. Esos temas que salen en todas las tertulias. Todos se abren las pecheras (como el Emperador) para defender los famosos valores: libertad, igualdad y fraternidad. Pero más allá de la épica lingüística, esos valores no parecen estar en juego inmediato. Lo que sí que está en juego es el fin de un modo de entender Francia. La posible (aunque cuatro días de camapaña dan para mucho) llegada de la extrema derecha a Matignon es algo que supone un punto y aparte. Un salto al vacío para un país con escasez de paracaídas.

La cohabitación Macron-Bardella va a generar enormes tensiones en Francia y en la UE

La cohabitación es el otro tema candente. La posibilidad de un tándem Emmanuel Macron-Jordan Bardella al mando de la nave es algo parecido a intentar unir agua y aceite. Son visiones del mundo opuestas, contradictorias y enfrentadas. No comparten la visión sobre el mundo, sobre las políticas de género, sobre la guerra de Ucrania o sobre la reforma de las pensiones. Les une , seguramente, su pasión por el queso Comté o el vino Borgoña, pero quizás ni eso.

No es pecata minuta que la quinta potencia nuclear se encuetre en este desaguisado, teniendo en cuenta que la primera también va a tener un excéntrico iluminado al mando el próximo mes de noviembre.

Francia no es un detalle. No es Austria, no es Holanda, no es ni siquiera Alemania. Francia es Francia. Eran el refugio de los apátridas, de los exiliados, de los que huían del abuso. Lo fue. A pesar de sus errores, lo fue.

Decía Albert Camus -sin duda el intelectual más influyente del siglo XX- que el mal siempre nos pilla desprevenidos. Le vemos venir, pero estamos despistados mirando a las musarañas de nuestra rutina. Veremos si el próximo domingo se confirma el pronóstico.

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