Antes de que se inventarán internet y los teléfonos móviles, en el siglo XX, los radioaficionados ya ‘chateaban’ con gente de todo el mundo. Con una emisora y una antena en la azotea de casa son capaces de comunicarse con cualquiera: lo mismo hablan con su vecino que con personas de Brasil, Dinamarca o la Conchinchina. Con un smartphone también se puede hacer eso. De acuerdo. Pero tiene menos encanto.
«La radioafición se puede comparar con una red social o una manera de hacer chat, pero no es lo mismo. Con el teléfono móvil puedes contactar con personas que están en el otro lado del mundo, pero la radio tiene ese punto más nostálgico de no saber nunca con quién te puedes encontrar», explica Miquel González, presidente del Ràdio Club del Tarragonès, fundado en 1983 y que cuenta con unos noventa socios. Su sede está en la Muntanyeta de l’Oliva de Tarragona.
Cada radioaficionado tiene su propio indicativo (el prefijo se refiere al país). El de Miquel es EA3GZA. Hablan a través una serie de frecuencias que tienen asignadas. No se mezclan con las de las cadenas comerciales o las que usa la policía.
«Charlamos sobre todo de cuestiones técnicas: emisoras, antenas... Hay quien hace amigos y se cuenta cómo le ha ido el día o si hace buen tiempo», explica Josep Maria Aleu, anterior presidente de esta entidad. La religión y la política llegaron a ser tabú. «Ahora sí se puede hablar de esos temas, pero es mejor no sacarlos para evitar discusiones», apunta.
Para ser radioaficionado hay que tener una licencia y aprobar un examen. Es imprescindible conocer el código Q (señales de tres letras) y tener nociones de radioelectricidad. Antes era obligatorio saber morse, ahora ya no. «El código Q ayuda a establecer una comunicación básica y universal sin necesidad de dominar el idioma», asegura González.
Con las personas que conversan, ya sean del extranjero o de otras poblaciones españolas, se intercambian tarjetas identificativas (denominadas QSL). Todavía mantienen el romanticismo de mandárselas físicamente por correo. Aleu guarda cuidadosamente en una carpeta las que le van llegando. Tiene de Francia, Alemania, Estados Unidos... Algunas son verdaderas obras de arte. El coleccionismo de estas fichas es una de las motivaciones de los radioaficionados.
«Yo he hablado con personas que estaban a 8.000 kilómetros y parecía que estaban a mi lado», comenta González, a quien se le resiste Japón. No hay límite de distancia ni fronteras si las condiciones meteorológicas son óptimas y hay una buena propagación de las ondas. «Tengo un amigo de Reus que ha hablado con más de 300 países», añade Aleu. El equipo que se emplea también influye. Los aparatos, por lo general, son caros. Eso y el hecho de tener que pasar un examen ha alejado a los jóvenes de la radioafición. Internet es más accesible.
El lugar más habitual para tener una emisora es en casa. Pero cada vez hay más portátiles y hasta walkie talkies de largo alcance. «La radio ha evolucionado mucho, incluso ha pasado de analógica a digital. Hay gente que los fines de semana se va a la montaña y desde allí habla hasta con México. O que pone una antena en el capó del coche y va hablando mientras viaja», dice González. Él lo hace cuando se desplaza desde Tarragona hasta su pueblo, Alcanar.
Esa versatilidad ha favorecido el auge de los concursos de radioaficionados. Cada club organiza el suyo, abierto a cualquiera que quiera participar. Unos consisten en contactar con el máximo de países o de provincias posible. Otros son más exóticos y el reto es localizar a personas que emiten desde castillos o ermitas.
El Ràdio Club del Tarragonès monta uno anual coincidiendo con las fiestas de Santa Tecla. Los premios consisten en diplomas y tarjetas alegóricas con imágenes de la catedral, el Pont del Diable, el Arc de Barà o edificios del puerto. Antiguamente también organizaba ‘cazas del zorro’, juegos que se basan en encontrar un transmisor fijo o en movimiento.
Sin prejuicios. «La radioafición tiene mala fama. Se tiende a pensar que si hay una antena en la azotea va a causar interferencias en el televisor, pero no es así. Van por frecuencias diferentes y los radioaficionados son los primeros a los que no les interesa interferir», concluye González, a quien esta pasión le viene de su padre.
Al servicio de las autoridades y Protección Civil en caso de emergencia
Los radioaficionados están al servicio de las autoridades y de Protección Civil en caso de emergencia. «Si hay una avería y se va la luz y el teléfono, nosotros con un walkie talkie y una batería de coche podemos hablar con todo el mundo. Siempre tenemos una batería por si acaso», explica Josep Maria Alau.
Y recuerda el triste episodio de la explosión en el camping Los Alfaques de Sant Carles de la Ràpita en 1978: «Hicimos un llamamiento a través de la radio para conseguir 200 mantas».
En países donde ha habido catástrofes, los radioaficionados han jugado un papel importante. En Haití, por ejemplo, sacudido por un grave terremoto en 2010, se movilizaron ‘in situ’ y desde fuera para reclamar medicamentos.
Y todo sin ánimo de lucro, de manera altruista.
Nueva junta directiva
La junta del Ràdio Club del Tarragonès cambió recientemente. Miquel González es el nuevo presidente en sustitución de Josep Maria Aleu -que sigue en la directiva-. El resto son David Miquel Queirós, Daniel Sayago, Enric Arilla, Alejandro Roig, Juan Carlos Muñoz, Antonio López, Rafael Martínez, Floreal Sierra y Ramon Romeu.