Consternados y conmocionados aún por lo sucedido y, sobre todo, por la pérdida de sus compañeros, varios trabajadores de Iqoxe, la empresa química donde se produjo el martes la explosión que sacudió a toda Tarragona y dejó tres muertos y siete heridos, denuncian al Diari que «desde que el grupo Cristian Lay compró IQA –hace cinco años, en abril de 2014– y la renombró como Iqoxe aumentaron los recortes, al tiempo que se minimizó la inversión en mantenimiento y en personal cualificado. La tragedia se pudo haber evitado», dicen al unísono.
Los trabajadores, que piden mantenerse en el anonimato para evitar ser objeto de represalias, hablan con crudeza de las condiciones en que realizaban su trabajo y destacan que el jefe de planta fallecido, Òscar Saladié, «estaba sometido a un nivel de estrés inhumano».
Achacan lo sucedido a los continuos recortes de personal, que provocaron que no hubiera operadores suficientes para controlar los paneles y los reactores. «El motivo exacto del accidente quizá se sepa o quizá no, pero por supuesto que se pudo haber evitado. Para ello hacían falta dos ojos y dos manos, es decir, un operador. Y de eso es de lo que faltaba en Iqoxe», se quejan.
Los empleados critican que «lo único que importaba era producir, cuanto más mejor. Íbamos a saco. Era un despelote. Explotó un reactor, pero había cuatro más, había que sacar cuantos más productos mejor. A veces estaban los cinco reactores a tope, pero con poca gente de supervisión y a veces sin la cualificación necesaria. Era pura avaricia. Ganar dinero y más dinero, sin importar nada más. Y al final la avaricia rompió el saco».
«Se compraban los materiales más baratos, como unas juntas chinas que no duraban nada»Y citan que «se compraban los materiales más baratos. Había unas juntas chinas y nos quejábamos de que no duraban nada, pero, claro, eran las más baratas».
También se quejan los empleados de Iqoxe de que la empresa a menudo contrataba «a chicos que a veces incluso aún estaban estudiando los módulos de operador de planta y, sin apenas formación, los ponía a trabajar y a cubrir un puesto, con el consiguiente riesgo que esa práctica conlleva, pues para manejar un reactor de óxido de etileno se requiere experiencia y meses de aprendizaje».
Otra de las prácticas habituales en Iqoxe era que, cuando había que hacer un trabajo de mantenimiento grande, lo sacaban a subasta, pujaban las empresas contratistas, escogían la más barata y a esa luego le retorcían y le apretaban para rebajar el precio todavía más de lo pactado. El precio y los tiempos, le presionaban para acabar mucho antes».
‘El Sombras’
Cuentan los trabajadores con indignación que «hace unos tres años contrataron a un señor que acompañaba a todos los trabajadores de todas las secciones para medir la productividad. Iba con un cronómetro y los seguía a todas partes. Le llamábamos ‘El Sombras’», dicen con una sonrisa amarga.
«Lo trajeron solo para buscar una excusa para deshacerse de trabajadores. Si un empleado tenía que caminar una larga distancia para cerrar una válvula, ‘El Sombras’ solo contaba el tiempo de cerrar la válvula, no el paseo de 5 o 10 minutos que se daban hasta ella. Lo mismo sucedía con la gente del laboratorio; no tenía en cuenta todos los peparativos necesarios para preparar el PH, por ejemplo. Con ello la empresa llegó a la conclusión de que el tiempo de trabajo efectivo se limitaba al 20% de la jornada laboral. El resultado fue que despidieron a una persona por turno».
No fueron los únicos despidos; «Este pasado mes de diciembre, a las puertas de las Navidades, el señor José Luis Morlanes, consejero delegado de la empresa, y Juan Manuel Rodríguez Prats, director de la fábrica, decidieron echar a seis personas con la excusa de que una de las plantas se iba a dejar parada durante un tiempo».
«La planta se volvió a poner en marcha el pasado fin de semana con solo dos operadores, o sea, que cada operador manejaba un promedio de dos reactores, tanto en panel como en campo. Lo ideal es que si hay cinco reactores haya al menos seis personas. Es lo que sucede en el resto de empresas químicas, donde hay una persona en un panel (panelista) y otra en campo. Pues en Iqoxe dos personas llevaban tres, cuatro o hasta cinco plantas en panel y en campo a la vez. En ese panel a veces no había nadie, puesto que si estaban en campo, enchufando bombas, conectando mangueras, trasvasando tanques... pues no podía haber nadie atendiendo las alarmas».
Y niegan la versión de la empresa de que todo estaba automatizado. «Nada de eso se automatizaba, puesto que costaba dinero y había un operador que podía hacerlo».
Un aviso desoído
La situación era tal que incluso el lunes, un día antes de la explosión, el comité de empresa echó en cara al señor Morlanes haber puesto en marcha la planta de nuevo cuando no se contaba con el personal suficiente, pues lo había despedido en diciembre. «Siempre os estáis quejando. ¿Sabéis qué? Que igual traigo al cronometrador –‘El Sombras’– de nuevo y a ver si nos vamos a llevar una sorpresa», fue la respuesta del consejero delegado de Iqoxe, según recuerdan algunos trabajadores.
«Los despidos dejaron a la planta bajo mínimos, un enorme riesgo en caso de emergencia»«Es que no parecían conscientes de lo que significa una empresa química –sostiene uno de los trabajadores–. Sólo querían producir, producir y producir, como si esto fuera una fábrica que produce en cadena como en la película de Charlot; no saben nada de química, ni lo que es una molécula, ni lo que una mala mezcla puede suponer, ni que hay procesos que requieren un tiempo de reacción...».
Y quedarse bajo mínimos era correr un riesgo mayúsculo, como ya habían anunciado los empleados en reiteradas ocasiones. «Ante una situación de emergencia los operadores son equipos de primera intervención junto al bombero de la fábrica, al cual, por cierto, quisieron eliminar. Menos mal que la legislación se lo impidió, ya que la ley exige que por los productos que se fabrican haya un bombero las 24 horas».
Los trabajadores dicen que no saben qué fue lo que provocó la explosión, pero aseguran que «muchos empleados de esa planta se quejaban de que, aunque era nueva, no iba bien, de que daba muchos fallos. Pero nunca nadie se paró a analizar el problema».
Se aventuran, sin embargo, a pensar qué fue lo que pudo pasar. «Posiblemente los operadores estuvieran por campo, ya que es donde se encontraron sus cuerpos. Así que si sonaron las alarmas de alta presión del reactor nadie lo pudo ver y frenar», lanzan como hipótesis.
Lo que sí tienen claro es que «estamos muy hartos de callar tras tantos años de represión». Les duelen los fallecidos –«hoy sábado despediremos a Òscar Saladié en el tanatorio de Reus, y mañana haremos lo mismo con Òscar Atance en el de Tarragona», dicen con tristeza– y hablan de las muchas secuelas psicológicas que sufre el resto de trabajadores. Muchos están traumatizados y sin ganas de querer volver a trabajar en esa empresa. Y culpan de lo ocurrido –«y de lo que pudo haber pasado», añaden– a Ricardo Leal, el dueño; a Morlanes y a Rodríguez Prats. «Esos tres tienen que sentarse ante el juez», dicen.