«Con la Covid ha aflorado una vulnerabilidad que ni las entidades habíamos identificado», reconoce Josep Quitet, presidente de Creu Roja Catalunya. Lo dice con conocimiento de causa alguien que es voluntario de la entidad social desde hace más de cuarenta años.
Lo explicaba ayer en el marco del ciclo ‘Debats en positiu’, un ciclo de coloquios organizado por el Diari de Tarragona, en colaboración con la Fundació «la Caixa». En este segundo encuentro titulado ‘Superar la pandemia sin dejar a nadie atrás’, la intención era posar la mirada sobre las personas en riesgo de exclusión social y para ello se contó con representantes de entidades del tercer sector de larga trayectoria. Además de Quitet, participaron Salvador Grané, director de Càritas Diocesana de Tarragona; Sònia Recasens, directora de Programes Educatius i Socials (PEIS) de la Fundació Pere Tarrés, y José Carlos Eiriz, director general de FUNDALIS.
Maria Glòria Olivé, directora de CaixaForum Tarragona, fue la encargada de dar la bienvenida a los participantes, mientras que Antoni Coll, presidente de la Fundació Bonanit y consejero editorial del Diari, ejerció de moderador.
De la precariedad a la pobreza
Aseguraba Quitet que «la línea entre la precariedad y la pobreza es muy fina» y los datos que manejan las entidades del tercer sector lo confirman. Una encuesta entre usuarios de Creu Roja en la demarcación demostraba que cinco de cada diez personas que habían tocado por primera vez a su puerta durante la pandemia nunca habían pedido ayuda en ninguna entidad.
Salvador Grané, de Cáritas, comparte el diagnóstico: en Tarragona el año pasado las peticiones de ayuda a la entidad se triplicaron. Había personas que ya estaban en exclusión social, pero también otras con empleos precarios que no resistieron.
Sònia Recasens, de la Fundació Pere Tarrés, describe la misma situación. Explicaba que su labor les permite tener ‘radares’ para conocer la situación de las familias (guarderías, comedores escolares, actividades extraescolares, ludotecas...). Ellos también constataron, por ejemplo, que un 30% de las personas que solicitaban ayuda para que sus hijos fueran de colonias jamás habían pedido ayudas económicas. Y, detrás de estos datos, muchos otros, como que el 76% estaba bajo el umbral de la pobreza, un 33% había perdido el trabajo durante la pandemia, un 77% no podía mantener una temperatura adecuada en casa...
En resumen, que «podemos pasar de la UCI sanitaria a la UCI social», advertía Quitet haciendo suya la frase que ya han expresado las entidades del tercer sector desde que comenzó la crisis. Grané recordaba que tenemos la peor tasa de exclusión social de los últimos 10 años.
De la crisis a la oportunidad
Pero como la intención era conseguir un debate en positivo, el encuentro también sirvió para reconocer los aspectos a favor que deja la pandemia y el gran poder de adaptación de las entidades.
Las cuatro organizaciones coincidían, por ejemplo, en el papel que han tenido los jóvenes en la atención a los más vulnerables pese a ser muchas veces el centro de las críticas. La crisis ha servido para rejuvenecer unos equipos de voluntarios donde muchas veces abundaba la gente mayor.
Todo esto sin contar la colaboración de empresas y administraciones y sociedad en general que se volcaron en la ayuda.
José Carlos Eiriz, por su parte, se encargó de dar ejemplos concretos de cómo la crisis también puede convertirse en oportunidad sin apenas invertir nuevos recursos; solo cambiando el enfoque.
Una de las experiencias que describió fue la atención que dieron a las personas con discapacidad que vivían en residencias y que daban positivo por Covid-19. Decidieron, en vez de aislarlas en sus habitaciones, «donde estaban solas y solo entraba gente vestida de astronauta», reubicarlas en residencias de positivos. Se lo plantearon como unas vacaciones «y algunos todavía nos preguntan cuándo regresan».
La crisis les ha servido además para reorganziar servicios que ahora se dan en los propios municipios, o les ha impulsado a acercar la tecnología a los usuarios y sus familias, algo que están usando para romper la brecha digital.
Del reto a la realidad
Pero ahora, advierten, el reto es superar la emergencia para trabajar por que sus usuarios puedan retomar el control de sus vidas. «La situación no se arregla dando comida, hay que hacer que las personas se empoderen de su situación», apuntaba Grané.
De hecho, lo que generó más consenso entre las entidades fue su papel a la hora de acompañar a las personas para que consigan sus derechos. Un dato de la encuesta de Creu Roja constataba que un 40% de los usuarios tenía derecho a una prestación, pero no sabía como acceder a ella. La situación, coinciden, se ve agravada desde que muchos servicios públicos solo tienen como puerta de entrada internet.
Y no se trata solo de brecha digital, como explicaba Grané, sino de derechos elementales, como poder empadronarse, paso elemental para cualquier trámite.
En general, explican, hay que conseguir que los servicios sociales sean vistos como servicios esenciales, «que sean como el CAP o el hospital, que vas cuando necesitas», apuntaba Quitet.
Y adelantarse a lo que viene. Sònia Recasens hablaba del ocio educativo para recortar desigualdades en el futuro. «A los niños que se están formando, a la hora de darles un trabajo, no solo les preguntaran por sus estudios, sino por su capacidad de tomar decisiones, de trabajar en equipo, de saber expresarse... Y muchas de estas competencias se aprenden en el ocio educativo».
Hay además, algunos aspectos estructurales, concretos que abordar, como la necesidad de contar con un parque de viviendas, o un sistema de atención a la salud mental que se ajuste a toda la demanda que existe... Al final Eiriz resumía el espíritu del encuentro: «Podemos ser víctimas o protagosnistas de nuestro futuro».