Khalid Esshaybi dejó Beni Melal, el pueblo donde vivía, en el centro de Marruecos. Había discutido con sus padres. «Ellos querían que estudiara y me quedara, pero mi intención era irme y venir a España a progresar, a vivir mejor», recuerda desde Valls, donde vive. Con unos amigos se fue a Nador, la zona habitual desde donde muchos intentan dar el salto: cruzar el estrecho y llegar a España. «Estuve 20 días allí, hasta que pude pasar la frontera debajo de un autobús», dice.
Fueron ocho horas en los bajos del autocar, escondido, solo, desde que salió de Nador hasta que llegó a Almería. «Tuve suerte. La policía se pasó una hora mirando pero no me encontraron y pude pasar la frontera», explica Khalid. La odisea fue en agosto del año pasado, cuando tenía 17 años y era menor. «Una vez entras, al ser menor, ya no te pueden deportar», admite.
Ahí empezó su durísimo periplo de supervivencia: una estancia en Alicante de dos semanas para vivir con un familiar, una semana durmiendo en la calle en Barcelona y cuatro meses en un centro de Tarragona hasta que cumplió los 18. Ahora reside en un piso de la Asociación Egueiro, en Valls, donde ha reiniciado su vida: trabaja y se forma en un taller de mecánica y hace un curso de electricista. «Aquí estoy feliz y mi familia está contenta. Solo quiero quedarme aquí y llevar una vida normal», confiesa.
A su lado está Youssef Taouil, natural de Fez, también en Marruecos. Tampoco es estrictamente un mena (menor extranjero no acompañado) porque ya es mayor de edad. Hace tres años salió de su casa. «Mi familia es un poco pobre. Tengo hermanos pequeños y mi padre tiene que trabajar para cuidarles a ellos. En Marruecos cuando cumples 13 años tienes que buscarte la vida y yo así lo hice. Pensé en venir a España, para tener una vida mejor. Sólo quiero vivir, tener una familia y poder enviar dinero a mis padres». Primero se fue a Nador. Allí logró la primera parte de su arriesgadísima aventura. Cruzó nadando los más de tres kilómetros entre el puerto de Beni Ensar y la playa de Melilla. «Crucé nadando a las dos de la mañana, yo solo. Poca gente lo hace, sólo los que tienen mucho corazón y fuerza, porque es muy peligroso», se sincera.
Luego, la segunda parte de su odisea: se colocó encima de la rueda de recambio de un camión. «Tuve suerte. Siempre miran pero aquel día no me cogieron», cuenta. Por fin, después de 12 horas de viaje, llegó a Málaga, donde se estableció un tiempo para luego ir a Barcelona y más tarde a Francia y a Bélgica, tumbos interminables siendo un crío –contaba entonces con 14 años– hasta que recaló en Tarragona.
Ahora está en Valls, formándose en la asociación Egueiro. «Aquí estoy bien, estoy ordenando un poco la vida. Echo una mano en el huerto, voy a la autoescuela, hago cursos. Estoy muy agradecido a la gente que nos ayuda. Eso es lo que yo quiero hacer también algún día, ayudar a los demás», explica Youssef.