Si bien los macrobotellones sin control como los que ha acogido este fin de semana la playa de la Arrabassada tienen un gran riesgo para la salud pública, pues se llegaron a juntar hasta 1.000 personas sin ninguna medida de seguridad, quienes más acaban sufriendo las consecuencias de estas fiestas son los vecinos y los comerciantes más próximos a la zona. Precisamente los residentes de la Vileta del Mar, una pequeña urbanización con varias casas a tocar de la playa, cuentan como los asistentes a la fiesta ilegal se desplazaron a sus calles cuando la policía los echaron del paseo Rafel Casanova y como estas se convirtieron en el baño del botellón, ya que acabaron llenas de meadas, defecaciones, compresas y preservativos.
«El ayuntamiento tendría que haber previsto que esto pasaría y instalar lavabos químicos en la playa, y como no los había, yo comprendo que 1.000 personas en la playa y sin váter, pues buscan una esquina un poco escondida, como la zona esta en la que vivimos», lamenta Cecília Hayer, vecina de la calle Vileta de Mar. Añade que además de la suciedad, al día siguiente «olía fatal, no pudimos ni comer fuera en el jardín, y eso que el domingo por la mañana estuvimos varios vecinos limpiando la calle con agua y lejía».
Por su parte, otro vecino de la calle, Jaume Almendros, comentaba que «estamos estudiando la opción de pedir presupuesto a empresas privadas de seguridad para poner un vigilante en la entrada a la calle, que es el único sitio por el cual se puede acceder a la urbanización y también estamos pensando en la opción de cerrar la calle con una puerta, como hace años, y que solo puedan acceder los vecinos con una llave, aunque para esto hay que pedir permiso al ayuntamiento». Sumado al ruido y a la insalubridad de la zona a raíz de estos botellones, otra vecina, Teresa Almendros, defiende también que el peligro que supone celebrar estas fiestas en plena pandemia de covid-19. «Siempre tenemos que estar vigilando que no entre nadie y al día siguiente te encuentras preservativos y de todo, y lo tenemos que limpiar nosotros, lo estamos pasando muy mal», añade.
Joaquín Campabadal regenta el supermercado de la calle de Josep Ras i Claravalls y entiende que después de tanto tiempo sin poder salir los jóvenes quieran hacerlo, «pero se fue un poco de las manos la coordinación y el control de estos botellones, que acabaron afectando a los vecinos del barrio». Campabadal asegura también que encontró la terraza del supermercado llena de «meadas y cristales rotos». Por otro lado, el propietario de uno de los chiringuitos de la playa defiende que «si no nos hicieran cerrar tan temprano, podrían estar aquí bebiendo y con más control y medidas que en la calle».