La escena es cada vez más común. «En una vivienda de Sant Pere i Sant Pau nos encontramos con una persona a la que le dio un ictus en la cocina mientras se tomaba el café con leche por la mañana y se quedó allí, con la cabeza sobre la mesa. Estas situaciones afectan mucho. A mí me llegan», se sincera José Núñez, jefe del parque de bomberos de L’Hospitalet de l’Infant y L’Ametlla de Mar, cada vez más habituado a este signo de los tiempos después de más de 30 años en el oficio.
El envejecimiento de una población sumida en el invierno demográfico tiene una deriva escondida y cruel. La soledad de los mayores dispara los riesgos en casa: desde caídas a accidentes o enfermedades –son frecuentes las fracturas de hueso–, lo que está provocando un aumento de los rescates urbanos de los bomberos.
Núñez, especialmente sensible a ese tipo de sobresaltos, se ha ido habituando a ellos, a su pesar: «Hemos notado un gran aumento. Yo empatizo mucho con la gente mayor. Situaciones así me hacen sentir culpable y pienso que estamos convirtiendo la sociedad en algo sin alma. Tenemos olvidadas a las personas mayores».
Más viejos, más solos
La explicación demográfica de esta casuística doméstica entre el susto y el drama está clara: hay más esperanza de vida pero también más soledad. Que los hombres en Tarragona vivan de media, según el último balance del Instituto Nacional de Estadística (INE), 80 años, y las mujeres 85 genera un desfase con consecuencias. «La mayoría de personas con las que nos encontramos son mujeres. Cuando llegas a una casa es imprevisible, te puedes topar con cualquier cosa», indica Núñez.
En ocasiones el punto de partida es el botón de teleasistencia que pulsa el anciano para avisar de un percance. «A veces un familiar lleva tiempo sin saber de él o un vecino sin verle por la calle. Les echan en falta durante unos días», cuenta Núñez. Una llamada al 112 activa la operación, que suele incluir a los mismos bomberos y al Sistema d’Emergències Mèdiques (SEM). «A veces entramos en la vivienda con medios propios, abriendo la puerta si podemos o por algún balcón que esté abierto, con autoescaleras», narra el bombero tarraconense.
El balance de rescates urbanos por parte de Bombers en la provincia es esclarecedor: de los 533 de 2013 a los 891 del año pasado. Es un incremento de casi un 70%. Sólo en el último año hubo 74 actuaciones de este tipo más. Los bomberos rescatan al día a dos mayores que han padecido un percance en su domicilio.
El Tarragonès, con 276 intervenciones, es la comarca que lidera el ranking, por delante del Baix Camp (214). A menos población, menos trabajo para el cuerpo de bomberos: en la Terra Alta sólo hubo nueve rescates durante el año pasado. Pero incluso en aquellas zonas rurales con menos densidad de población la subida también es notoria: en la Conca de Barberà se pasa de los cinco rescates a los 16. Es más del triple.
En el Baix Penedès, comarca que destaca por su número de población, el aumento es bien palpable: de 51 a 140, prácticamente el triple. La mayor parte de estos trabajos son para socorrer a personas de entre 70 y 90 años.
«Nos encontramos a veces con personas que se han caído, que tienen diversas fracturas», añade Núñez. En estos casos, el tiempo apremia. «Conforme pasan días, el cuadro puede empeorar, sobre todo porque suele ser gente que siempre necesita tomar algún tipo de medicación», dice el responsable de Bombers. En el cómputo de toda Catalunya la dinámica es similar: de los 3.961 casos recopilados por los bomberos en 2013 a los 6.378 de 2018. Son 2.417 rescates en domicilios más en sólo un lustro, una subida de más del 60%, que es generalizada en todas las comarcas catalanas.
A veces el desenlace de estas situaciones penosas es fatal. «Hemos visto casos duros, con personas que llevan más de una semana fallecidas y a las que nadie ha reclamado», cuenta Núñez.
Depresiones y tropiezos
Desde Creu Roja, clave en la atención a la dependencia, alertan de estas necesidades en aumento. El servicio de teleasistencia tiene 3.600 usuarios en la provincia, el sistema que permite a la persona, apretando un botón, avisar en caso de problemas. A eso se añaden los 2.000 usuarios de algunos de los programas de Gent Gran puestos en marcha; cifras, todas ellas, al alza. «El incremento de la soledad conlleva un aumento de los problemas de salud. Empeora el estado psicoemocional, provoca depresiones, repercute en la pérdida de autonomía, en las caídas…», indica Míriam Giménez, responsable de programas de Gent Gran en Tarragona.
Ese botón que pueden apretar en un momento complicado es vital para activar el servicio necesario –desde el sanitario hasta el policial, pasando por los bomberos o el entorno familiar– y, en el fondo, para acabar salvando vidas. «Sirve para contactar con la central. A veces el usuario se ha caído y necesita la intervención de profesionales del SEM. Muchas veces el cuidador es una persona mayor y no puede hacer esa labor de ayuda», cuenta Giménez.
En esta tesitura delicada, llegan también momentos reconfortantes, pequeños alivios en la jornada laboral, como explica el bombero José Núñez: «Lo mejor es cuando te encuentras con la persona y ves que sólo tiene un golpe o una pequeña herida, o cuando te agarra la mano, te la estrecha y ves que está viva y relativamente bien. Entonces tienes la sensación de haber logrado algo, de que por lo menos el percance no ha terminado en una cosa peor».
«El bienestar físico y emocional depende de la soledad. Nos preocupa mucho combatirla y ayudar a paliarla. Trabajamos mucho para ello», cuenta Giménez. En su diagnóstico social, Núñez va mucho más allá de su labor como bombero y sugiere: «Es verdad que ahora hay más gente mayor, pero también hemos cambiado como sociedad. Antes los abuelos solían vivir en las casas con los hijos, había como un clan familiar más amplio. Ahora las personas somos más independientes y se genera esa vida en soledad. Creo que nos hemos olvidado un poco de nuestros mayores».
Más datos para calibrar la realidad creciente: cerca de 300.000 mayores de 65 años viven solos en Catalunya: 223.000 mujeres y 73.400 hombres. Pertenecer a la tercera edad, no estar acompañado y tener una pensión baja lastran a gran parte del colectivo. Es lo que las entidades sociales denominan «soledad no deseada», una situación ni esperada ni buscada ni tampoco aceptada. Es lo que les sucede a 175.000 mayores que no tienen otra alternativa.