La importancia de los rituales en fiestas. Costumbres y tradiciones que contribuyen a fortalecer el sentimiento de pertenencia a un grupo. En eso, las más expertas son las entidades del Seguici Popular y, la mañana del día 23 de septiembre, Tarragona es el mejor escenario para vivir rituales que configuran un programa de fiesta alternativo al oficial. Por norma general, este tipo de acto/ritual se vive en la intimidad de un grupo. Pero el Diari ha podido estar esta mañana en alguno de ellos.
Desde hace más de 30 años, los portants de la Mulassa saben que, cuando termina la Anada a l’Ofici, tienen un importante cometido. La bestia, acompañada de los Bastoners de l’Esbart Santa Tecla, visita cada 23 de septiembre por la mañana el convento del Carme, a pocos metros del Pla de la Seu. Allí viven 15 monjas de clausura que son conocidas como las Carmelites Descalces.
Faltaban pocos minutos para las diez de la mañana, cuando las puertas del convento se abrían de par en par para dar la bienvenida al espíritu fiestero. Primero fue el turno de los Bastoners, que dieron paso a la Mulassa. La bestia, después de hacer el ball, también regaló una especie de reverencia para las religiosas. El rostro de las monjas era impagable. «Es el único día del año que vivimos las fiestas», decía Pepi, una de las monjas de clausura que lleva desde el año 1991 en Tarragona.
Este acto nació a principios de los años 90, y el artífice fue el gran y destacado Joan Salvadó Sorolla, conocido como Janó. Fue el encargado de hacer toda la parte de madera de la Mulassa y, además, en ese momento era el presidente de la entidad. Su hijo, Xavi Salvadó, nos lo cuenta así: «Mis padres iban a misa al convento del Carme y las monjas les pidieron que llevasen a la Mulassa. Así lo hicieron y, desde entonces, se ha vuelto una tradición».
Al cabo de unos años, se sumaron a la iniciativa los Bastoners de l’Esbart Santa Tecla. «Durante un tiempo hacíamos una especie de carrera entre las dos entidades. El primero que llegaba, el primero que actuaba. Así luego podíamos ir a ver Dames i Vells. Ahora, hacemos un año cada uno», explica Salvadó.
El rostro de las monjas lo decía todo. Estaban muy contentas. Aplaudían, se reían e incluso a alguna le caía alguna lagrima de la emoción. «El convento se ha impregnado de fiesta», decía una de las monjas, quien añadía que, año tras año, esperan este año con mucha devoción. También presente y emocionado estaba Janó. Más de treinta años después, su legado tiene más sentido que nunca.
Al acabar, las monjas obsequiaron a los miembros de la Mulassa y a los Bastoners con unas galletas hechas por ellas.
El ambiente que se generó en el convento fue único. Una extraña combinación entre emoción, intimidad y privilegio. «No nos gustaría que se masificara. Perdería la gracia», alertan desde la Mulassa. Actos pequeños, llenos de sentimiento, que solo unos cuantos hemos podido vivir.
Desayunos históricos
Otro de los clásicos de esta mañana son los desayunos a pie de calle. Grupos de amigos y familias sacan la mesa fuera o se sientan en un bar para degustar los manjares tarraconenses. Los más valientes apuestan por la espineta amb caragolins, tal como dice la tradición. Otros, como los hermanos Seritjol, prefieren algo más conservador.
Hace treinta años que los Seritjol y sus amigos se reúnen en lo que se conoce como els quatre cantons del carrer Major. Para que nos entendamos, en la calle de l’Abat. Antes había un fankfurt, ahora un restaurante de comida venezolana. Pese a ello, las tradiciones tarraconenses no se pierden y, hoy, el cocinero venezolano se ha adaptado y les ha ofrecido su menú de confianza: longaniza con judías.
Les gusta esta ubicación porque pueden disfrutar de la Anada de l’Ofici, a la vez que desayunan. Fueron muchos los elementos del Seguici que se pararon para saludar al grupo de amigos. Incluso L’Àliga de Tarragona paró para hacerles una reverencia. Tradiciones de esas que no salen en el programa de actos, pero que son especiales.
«Ha habido años que hemos llegado a ser 150 personas. También han venido personalidades importantes, como el alcalde de Alguer», explica Seritjol.
Otro de los desayunos míticos de la mañana del 23 es el de los miembros de la Víbria de Tarragona que, después de la Anada a l’Ofici, se hacen con la calle Escrivanies Velles y desayunan un romesquet de sepia con albóndigas. Incluso componentes de otras entidades se acercan para compartir este rato. «Es un momento de hacer colla, de sentirse parte del grupo y para analizar cómo está yendo la fiesta», dice un vibrier. Este almuerzo terminó como todos: con una copa de Chartreuse. Los rituales son importantes y deben mantenerse.