Isabel Rojas Estapé llega sonriente dando apretones de manos. Ha venido a participar en las charlas de educación que organiza Institució Tarragona y el éxito de convocatoria ha sido tal que han programado una segunda sesión. Rojas Estapé cuenta que cursó medicina durante dos años. Luego pensó en dedicarse a la política, pero finalmente se decidió por la psicología y el periodismo, carreras que estudió a la vez. Miembro de una saga familiar llena de estudiosos de la mente (su padre Enrique Rojas y su hermana Marian son psiquiatras) no es de extrañar que finalmente le pudiera su interés por la psicología. Muy activa en redes sociales, hace poco ha publicado el primero de una serie de libros infantiles para entender las emociones: La neurona exploradora. Necesito un abrazo que habla sobre la tristeza.
Parece inevitable que se dedicara a lo que hace. Esas comidas familiares deben de ser como para verlas por un agujero.
(Risas) Hablamos de todo, de actualidad, de historia, de arte; son muy divertidas. Es verdad que hay una parte psicológica que sale natural. Últimamente hacemos mucho análisis psicológico de los políticos, imagínese con Trump... Pero son comidas muy normales donde mi madre es la que pone orden.
«El llanto no es propio de la tristeza. El niño, cuando está triste, es muy raro que llore. El niño suele llorar por rabia, por frustración»
En su libro habla de la tristeza entre los niños, pero cuando los padres suelen preocuparse por el estado de ánimo de sus hijos es ya en la adolescencia.
De hecho yo, con esta saga de cuentos, lo que he querido es naturalizar la inteligencia emocional desde muy pequeños. Es muy difícil que un niño al que no se le ha hablado de inteligencia emocional en la adolescencia, que es el momento más complejo, de más cambios a nivel cerebral, conductual y hormonal, se sepa expresar. Pero incluso entonces yo animo a los padres a fijarse. Tenemos que ser muy finos a la hora de ver cómo nuestros hijos reaccionan, si salen mucho, si salen poco, si no se relacionan, si se relacionan demasiado, si cambian su físico de forma extrema... La adolescencia es un momento en el que, por regla general, se suelen encerrar mucho en sí mismos, dejan de ver a los padres como modelos y adquieren como referencia a los amigos... Ahí recomiendo mucho que los padres tiendan puentes con algún familiar cercano: la abuela, el primo, el hermano mayor; porque eso ayuda mucho.
¿Entender las emociones supongo que ayuda a detectar el acoso?
Efectivamente. Le pongo un ejemplo, el otro día mi hija que habla muchísimo, que es un pequeño loro ambulante, llegó a casa del colegio y me dijo: ‘Mamá, hoy mi corazón está triste, porqué una niña se ha reído porque dice que hablo mucho?’. Tiene tres años y me impactó porque no es habitual, ni tampoco es algo que ella haga siempre... Se trata de eso, de poder decir qué ha pasado, cómo me hace sentir y por tanto cómo debo de actuar. Se puede empezar desde muy pequeños.
Advierte que en los niños no se debe confundir el llanto de frustración con la tristeza.
El llanto no es propio de la tristeza. El niño, cuando está triste, es muy raro que llore. El niño suele llorar por rabia, por frustración, es decir, porque algo que quería no ha ocurrido. De hecho, la tristeza en el niño normalmente sale más en forma de bloqueo. El niño deja de jugar, deja de comer, deja de salir, como que está como más cansado...
Pero la frustración tampoco es fácil de manejar.
La frustración es una de las claves en la educación de los niños. Es una de las cosas que animo a que se trabaje desde pequeños. Hay que aprender a decir a los niños que no, y además con santa paz. Yo siempre digo que decir que no, no traumatiza, la cosa es cómo se dice. Es distinto que digas ‘eres lo peor: No’, a que digas, ‘no te puedo dar otra galleta porque te va a sentar fatal y lo que hay de comer es una fruta’. Eso ayuda mucho a que luego aprendamos a tolerar la frustración. Tengo tres hijas y soy la primera que cuando digo que no me duele en el corazón pero pienso ‘Isabel, si tampoco pasa nada, esto es bueno para ellas’.
Tal vez tenga que ver con que cada vez hay menos niños.
Totalmente, vengo analizando lo que veo en consulta y me impacta. Siempre en las historias clínicas pregunto cantidad de hermanos y cada vez ves más el hijo único, dos hijos... Tienes a un niño que tiene a dos padres y a cuatro abuelos: seis adultos por niño. Al final convertimos a ese niño en un todo. Es muy difícil que no tenga satisfechas sus necesidades y apetencias sin siquiera pedirlo.
Habla mucho de la importancia del tacto. Las que somos madres de otra generación todavía nos acordamos de aquel método que decía que a los niños no había que cogerlos para que se durmieran. No va por allí la cosa ¿no?
De hecho se dice que en los mil primeros minutos de vida de un niño, que son como unas 17 horas, el contacto piel con piel es clave. Implica cómo voy a configurar los receptores sensitivos corporales para el resto de la vida...Yo abogo mucho por volver a tocarnos, volver a abrazar. Yo de hecho en la consulta cuando llega algún paciente y le doy un abrazo, se ponen tensos, como un palillo.
Qué incómodo.
Incomodísimo, pero al cabo de los 5, 6, 7 primeros segundos cuando les dices ‘tranquilo, relájate’... Y de repente, ¡uh! Lo notas; notas perfectamente cómo se relajan. En los niños se han visto los efectos beneficiosos que tiene hacer caricias antes de dormir, en la cabeza, en la espalda, en la tripilla... Porque hace que los receptores sensitivos que nos ponen en alerta se relajen.
¿Y con los adolescentes?

En principio el adolescente te va a decir que no, que me dejes, que qué haces, que por qué me tocas... Pero si tú te mantienes a pesar del bufido que te va a dar, hay un momento que te empieza a dar el brazo y a dar un poquito de caricias. El adolescente está tan en tensión que no te lo va a verbalizar, quizá no va a generar ese vínculo de confianza de contarte qué le ocurre, pero con el mero hecho de que le toques te vas a dar cuenta que es como que hay una conexión un acercamiento entre las partes. Sé que no es fácil, la Covid desayudó todo y más... A, por los abrazos.
Se ocupa de las emociones de los niños, pero a muchos padres les cuesta mostrar lo que sienten delante de ellos.
Es una de las cosas que yo más me he dado cuenta en consulta. Hay adolescentes que me dicen: es que mi padre es perfecto, es que mi madre nunca llora. Y luego recibes al padre que está destrozado, a la madre que se pone en el cuarto de baño a llorar porque se siente mala madre, porque no llega... Creo que es muy importante que seamos conscientes de que nuestros hijos se reflejan en nosotros. Entonces hay que expresar emociones. ‘Hoy mamá está rabiosa porque el jefe se ha enfado con ella’. Es la forma de que los niños puedan saber que es bueno tener emociones y verbalizarlas. Lo que ha ocurrido, sobre todo de un tiempo a esta parte, es que expresar emociones era sinónimo de debilidad, de vulnerabilidad y es todo lo contrario. Hay que aprender a fomentar eso en casa.
«La frustración es una de las claves en la educación. Hay que aprender a decir a los niños que no. Decir que no, no traumatiza»
La charla que viene a dar es sobre educar en tiempos cambiantes y no hay manera de no pensar en el móvil ¿Cuál es la edad para darlo?
Yo cuento lo que pasa bioquímica y neuroquímicamente hablando. A partir de los 12 años, la corteza prefrontal, que es esto que tenemos detrás de la frente, que es la encargada de controlar los impulsos, de que podamos razonar, empieza a madurar. Si yo a mi corteza prefrontal que no está suficientemente madura, le pongo luz, sonido y movimiento, ¿qué va a pasar? Que se va a empezar a sobreestimular. Si yo a un niño le doy una pantalla, luego coger una hoja que no tiene ni luz ni sonido de movimiento, ya va a ser muy difícil que su cerebro pueda atender a eso. Si a los 12 años, que es cuando se está desarrollando mi corteza prefrontal le meto estos inputs no va a madurar de forma correcta y luego le va a costar mucho que pueda atender a otras cosas. A mí cuando me dicen: ‘por la comunión el móvil¡, ¡Error! ¡Error garrafal!
Y entonces ¿a qué edad?
Cuanto más tarde, mejor. Pero entiendo que hay un punto en que los padres me dicen: es que si se va fuera, es que no sé qué. Pero ahí también yo siempre digo: una cosa es dar el dispositivo y otra es la utilización del dispositivo. Yo puedo dar un móvil y lo puedo dar todos los días o puedo dar un móvil el viernes cuando sale con los amigos, o para ese julio que se va de campamento o los fines de semana. Entonces, nunca antes de los 14 y con tiempos limitados.
Cada vez hay más contenidos sobre psicología en las redes sociales. Así es muy fácil autodiagnosticarse.¿Le preocupa?
Pues mira, veo dos versiones, la primera es que me gusta porque se ha normalizado hablar de la psicología, de la inteligencia emocional, de los problemas psicológicos. Pero tiene su versión mala que es que hay un punto en el que se está psicologizando absolutamente todo: las conductas, los acontecimientos y ya no solo eso sino los autodiagnósticos. Yo tengo mucha gente en la consulta que viene y me dice: ‘yo tengo depresión con un trastorno límite de la personalidad y además soy del eneagrama 7’. Y yo les pregunto: ‘¿en qué te puedo ayudar?’. Lo que más rabia me da es que efectivamente con el tiempo luego uno corrobora que ninguna de esas cosas era cierta. Hablo con mucho padre y con mucho adolescente y siempre les digo: ‘cuidado, es bueno informarse, pero no todo lo extrapoles a tu vida, ni intentes darle un conocimiento psicológico’. Es decir, se trata de no obsesionarnos, porque hay un punto en el que se pierde frescura de la personalidad, y no solo eso, sino que uno termina con un lío mental que desayuda más que ayuda.