Muchas vidas se truncaron el 24 de febrero de 2022, también la de Danylo Vasýlchenko, que vio de madrugada cómo temblaron los cristales de su casa en Kharkiv. Había estallado la guerra. Este joven de 19 años entonces tenía 17 y estudiaba Economía. Su familia estaba a más de 200 kilómetros, en Dnipró. ¿Qué hacer?
«Yo había viajado, había hecho estancias en Europa, en Lituania, de pequeño. Mis padres pensaron que en lugar de volver con ellos podía salir y desarrollarme por mi cuenta. Me dijeron que la situación iba a ser muy difícil y que me podían ayudar a irme, porque tenía posibilidades», explica.
Danylo ya tenía experiencia en buscarse la vida. Tocaba su violín como músico callejero y ganaba dinero para sus estudios. En lugar de reunirse con su familia, hizo las maletas. «Cogí un tren hasta Polonia y estuve en Varsovia tocando en la calle», explica, junto a los objetos con los que, un año y medio después, ha podido rehacer su vida: un violín eléctrico de apenas 70 euros de segunda mano que le regalaron sus padres hace tiempo y un altavoz de 300. Con ellos se gana la vida, tocando en la Plaça Corsini, frente al Teatre Metropol, en la Plaça Mercadal o en la Casa Navàs, en Reus. «Voy donde me llaman, a cumpleaños, bodas... todo tipo de eventos», cuenta. Viene de actuar en Barcelona.
Kharkiv, Varsovia, Barcelona
Asombra por su aplomo y su firmeza para volar solo. En Varsovia, en plena diáspora récord de refugiados que marcó las primeras semanas del conflicto, una chica le ofreció irse a Barcelona, y allí probar. «Me dijo: ‘Si quieres puedes ir venir conmigo’. Yo en Europa no conocía a nadie. Me dejé guiar, tenía que aprovechar las oportunidades. No tenía ningún plan pero sí un violín y un altavoz».
Aquí estuvo un tiempo bajo el paraguas de la Creu Roja, pero pronto prescindió de ayudas y se puso a trabajar por su cuenta. «Mi plan era ir por libre, así que cuando cumplí los 18 años quise ponerme a trabajar y poder ayudar a mi familia enviando dinero», se sincera con un español casi perfecto, aprendido en pocos meses, tanto en la calle como con la ayuda de la aplicación Duolingo.
Puso en liza entonces su bagaje musical, quizás poco ortodoxo, pero válido para su proyecto de vida. Con cuatro años su madre le llevaba a la escuela de música solo para escuchar instrumentos. Eligió el violín y se formó durante nueve años, no sin los conflictos propios de la academia y el rigor de la clásica, y su impulso por romper los grilletes y abrazar la música popular. «Lo acabé dejando y años después, vi un vídeo en internet de un violinista que se llama Robert Mendoza. Un cover suyo, Faded, me inspiró tanto que empecé a hacer lo mismo», cuenta.
Exploró a partir de ahí una senda autodidacta, basada en tocar sin notas, de oído, aprendiendo las canciones cada vez con más agilidad. La soltura sobre el terreno que le dan las tablas hace el resto. «La experiencia y la psicología me llevan a saber cómo alegrar a la gente. El truco es mirar las caras y analizar mientras tocas, pensando ya en qué canción puede generar ese efecto de ‘guau’».
El repertorio es ecléctico, va del pop a la electrónica o a la canción romántica. «No siempre son temas alegres y movidos, depende del momento». No falla Viva la Vida, de Coldplay. «Eso es como fuegos artificiales para la gente», compara. En esas sesiones el cariño de los viandantes es ingente. «Me transmiten muchas palabras positivas que me inspiran mucho, y por eso sigo. Me siento muy bien cuando traigo buenas sensaciones a la gente. Cada ‘gracias’, cada sonrisa, tiene más valor para mí que todo el dinero del mundo».
«Tengo que ayudar»
El boca a boca y la difusión por redes sociales le hacen tener cada vez más trabajo. Toca cada día, en la calle o en restaurantes que le contratan, y le da para subsistir: no solo paga el alquiler, sino que envía dinero a sus padres, ayuda a otros músicos callejeros y contribuye a comprar material de todo tipo para la resistencia ucraniana en combate. Rubísimo, con camisa blanca bordada y el toque bicolor de la bandera del país, llama la atención a los paseantes, y también porque su origen le delata. No olvida esas raíces y de ahí su compromiso. «Aquí me siento más útil. Vivo bien y no veo bombas, pero me gusta Ucrania y no puedo dejar la situación así. Tengo que ayudar a mis compatriotas. Hay chicos de 18 años que están en combate. La guerra continúa y siempre hay zonas con peligro, cada día puede ser el último».
Su madre vive en Dnipró y su padre en Donetsk. Tiene seis hermanos. Todos están orgullosos de su aventura mientras allí aprenden a convivir con el riesgo latente. «Puedes vivir tranquilo pero nunca estás a salvo de que puedan caer bombas cerca de donde vives. Mis padres tienen un coche preparado para escapar rápido si todo se complica», cuenta.
Danylo no se plantea volver, al menos por el momento. Esta semana empezará el grado de Administración y Dirección de Empresas en Reus, retomando los estudios de economía que había dejado en Ucrania. «Quiero mucho volver a mi país, pero también deseo estar aquí. Veo más posibilidades, también para poner en marcha alguna empresa. Estoy a gusto. Trabajar aquí y volver a Ucrania de vacaciones puede ser un buen plan», admite. Ya se sabe que Danylo, con un violín bajo el brazo, tiene a veces suficiente.
Los vídeos de Danylo Vasýlchenko triunfan en internet. Se pueden ver en su instagram ‘violin_ukra’. Sus contactos: ‘Sanness2004@gmail.com’ y 697 67 59 53.