La carpa del Circ Històric Raluy asoma en la explanada del Parc del Francolí rodeada de carruajes y camiones antiguos y, por un momento, vuelve la promesa de tardes felices.
Y es que, aquella frase tan manida: «La función debe continuar», aquí es religión. El circo resiste, con dificultades enormes, pero con la dignidad intacta. «Ni modo, estamos acostumbrados a nadar a contracorriente», reconoce Aleix Gómez, mago, presentador, y miembro de la familia que ha decidido seguir con la herencia de los Raluy. (No confundir con el Circ Raluy Legacy también procedente de la misma saga).
Nos lo cuenta junto a William Giribaldi, codirector del circo junto a su mujer, Rosa Raluy. Lo hace en el carruaje que hasta antes de la pandemia hacía las veces de cafetería; una joya que data de 1925. Pero no, no es el más antiguo de los que traen, ese honor le corresponde al carromato que hace de taquilla, que pertenecía a Correos de Barcelona y es de 1906.
En el circo trabajan y viven unas 40 personas entre técnicos y artistas de España, Ucrania, Rusia, Italia, Francia, Latvia, Lituania, Inglaterra... Los técnicos suelen ser un equipo estable, mientras que los artistas que no son de la familia se contratan en función del espectáculo.
El confinamiento del año pasado les pilló a todos por sorpresa en Castelldefels justo el día que iban a estrenar. Allí tuvieron que permanecer hasta julio «Y se portaron muy bien con nosotros», recuerdan.
‘Saludos desde Nueva York’
La gran mayoría se quedó a pasar el confinamiento en el circo, a excepción de unos pocos que tenían casa cerca. «Pero los que se fueron se arrepintieron porque no es lo mismo pasar el confinamiento en el circo que encerrado en un piso», dice Giribaldi.
La mayoría está tan acostumbrado a vivir en sus carpas, donde pasan al menos diez meses al año, que, cuando llegan a sus casas ‘fijas’, habitualmente en primavera, no les apetece ni hacer el traslado. «Al final nuestras casas terminan siendo una especie de depósitos donde guardamos lo que no cabe en la caravana».
En el confinamiento tuvieron que hacer horarios en la carpa porque los artistas, especialmente los acróbatas, no pueden darse el lujo de perder forma si dejan de practicar. Y fue así como «de puro aburrimiento» se les ocurrió hacer un espectáculo en directo a través de Instagram y Facebook. «Lo que comenzó como un divertimento terminó con 500.000 visualizaciones... No sabes la emoción cuando leías los comentarios: ‘Saludos desde Nueva York, desde Suráfrica, desde Japón, desde Bolivia...»
Recibieron ayudas de la Generalitat durante el confinamiento, pero «seguir adelante, desde el punto de vista económico y además adaptarse a las nuevas medidas es complicado... Pero uno no solo trabaja para hacerse rico, así que hemos tirado de valor».
Actualmente, por las características de la carpa, han reducido el aforo al 30%. Los miembros de una misma burbuja pueden sentarse juntos pero respetando dos sillas de separación a los lados. También se anulan las filas de delante y detrás.
Pese a todo, Giribaldi cree que de esta situación ha salido algo positivo: dejar en evidencia la precariedad del sector cultural, algo que está convencido obligará a los gobiernos estatal y autonómico a mover ficha.
Las funciones en Tarragona empezaron ayer y seguirán hasta el 7 de febrero y las entradas también pueden comprarse por la web. El espectáculo que traen ganó el premio al ‘Mejor espectáculo de carpa’ 2019 y aseguran que su encanto reside en la mezcla entre circo tradicional y moderno.
Están viendo, además, como cambia la percepción de que el circo es para niños. «Somos un espectáculo familiar, que es diferente». Cada vez tienen más adultos que van solos a la función.
Fuera del círculo del circo, la ciudad vuelve a ser la misma, tanto que lo primero que vemos es a un grupo de personas esperando para hacerse la prueba del Covid-19. Pero, por unos días, allí estará la carpa con su promesa de fantasía.