El entorno del río Francolí, los alrededores del polígono Entrevies y la Ermita de la Salut. Éstas son las tres zonas que Eduard Ferrer, un estudiante de Tarragona, ha podido detectar en las que se concentran una serie de barracas y asentamientos informales establecidos de forma no reglada.
Esto se resume en una superficie de 155.000 metros cuadrados de espacios dedicados a chabolas como forma de viviendas ilegales y otras destinadas a la realización de actividades agropecuarias (agricultura y ganadería) para el autoconsumo. Incluso se ha llegado a ver gallinas ponedoras y hasta cabras.
Asimismo, se ha podido conocer algun caso concreto de actividad ilícita en dichas zonas, tales como venta ilegal de menta verde o droga y plantaciones de productos ilegales. El origen de los habitantes de estas chabolas es tanto nacional como extranjero, si bien es cierto que la mayor parte de ellos son de origen marroquí y rumano, aunque hay gente procedente de todo el mundo: chinos, chilenos, colombianos, etc. Las personas mayores o jubiladas suelen ser españolas, mientras que los extranjeros son de edad más joven o adulta. Se trata en todo caso de barracas en las que se sobrevive o ‘trabaja’ en condiciones precarias, que obedecen a situaciones de pobreza y exclusión social.
El origen, en los años 50
Para conocer el origen del chabolismo en Tarragona hay que remontarse a mediados del siglo XX, cuando Tarragona recibió varias olas de migración intranacional. Primeramente, por parte de payeses que buscaban mejores condiciones económicas y se acercaron a la ciudad.
Posteriormente, a finales de la década de los años 50, por la gran cantidad de personas que llegaron a Tarragona atraídas por la demanda de mano de obra para la construcción de la Universidad Laboral Francisco Franco. Y, por último, en los años 60, cuando se produjo la ola migratoria más importante, integrada por gente procedente de Andalucía (sobre todo, de Córdoba y Jaén) que encontraron en Tarragona oportunidades laborales por la progresiva industrialización y el crecimiento de las empresas químicas que se asentaron en la ciudad y que demandaban gran cantidad de mano de obra, así como por el aumento del turismo.
En ese momento, la oferta de trabajo era suficiente para integrar a los inmigrantes; no lo era, por su parte, la oferta residencial, incapaz de crecer al mismo tiempo. Por ende, la gente se vio obligada a autoconstruirse asentamientos temporales hechos con chatarra o materiales baratos, donde poder vivir, eso sí, de forma muy precaria: deficiencia de alcantarillado, suministro de agua, pavimentación, luz eléctrica, etc.
El río Francolí, el polígono de Entrevies y las parcelas Tuset (Ermita de la Salut) se convirtieron en los principales puntos neurálgicos de los asentamientos. Decir, como dato anecdótico, que se aprovechaban hasta las vueltas del mismo río Francolí y más adelante, las cuevas naturales de la playa Savinosa.
El Ayuntamiento contó entonces la existencia de un total de 404 barracas en 10 núcleos diferentes que acogían alrededor de 1.894 personas.
Tras las primeras elecciones democráticas, barrios como Campclar, Torreforta y Bonavista ofrecieron la posibilidad de realojar a toda esta población, por lo que durante la década de los 60 se produjo una especie de circuito de traspaso de vivienda; la gente que iba llegando iba comprando aquellas barracas que dejaban los que llegaron antes y habían podido ahorrar dinero para comprar o alquilar una casa decente.
Así pues, este fenómeno que parecía haber quedado erradicado definitivamente durante las dos últimas décadas del siglo pasado, da muestras de repararecer actualmente en los mismos puntos, impulsado por la llegada de la nueva migracion internacional, la crisis económica y los precios de la vivienda.