Casi 4.000 refugiados ucranianos siguen en Tarragona un año después de la guerra. Es la fotografía actual de la diáspora. La conselleria d’Igualtat i Feminismes, responsable de ese recuento, cifra en 3.846 el número de personas que están ahora en la provincia tras huir del conflicto. Ahí se incluyen los balances de entidades sociales que trabajan en la acogida o de los propios ayuntamientos.
El flujo ha sido y es constante. Por tanto, la radiografía varía cada día. Después del boom inicial de los meses de marzo y abril, la cifra se estabilizó, pero el goteo ha seguido durante todo este año, igual que también el regreso al lugar de origen, también muy notorio. En junio de 2022, había 4.461 refugiados en las comarcas tarraconenses, un 14% más que ahora.
Hay que comparar para medir bien la dimensión de un exilio todavía en marcha: esos casi 4.000 nuevos ciudadanos superan con creces el censo de 2.983 ucranianos que había en Tarragona en 2021. O, lo que es lo mismo, en unos pocos meses han llegado más personas de ese país de Europa del este que en los 20 años anteriores, según el Idescat.
El Tarragonès (1.526) y el Baix Camp (1.097) son las comarcas que más acogen. A mucha distancia le sigue el Baix Penedès (354). La presencia es residual en zonas más despobladas como el Priorat o la Terra Alta. Todas las cifras muestran una emergencia humanitaria sin precedentes ante la que Tarragona ha respondido. En este tiempo, se han otorgado 4.073 protecciones temporales en la provincia, según datos de la Subdelegación del Gobierno. Se trata de una cobertura especial habilitada por la UE, en la línea de las solicitudes de protección internacional.
Entidades como la Creu Roja han sido fundamentales en la acogida. «En este año hemos llegado a atender a unas 2.800 personas. Tuvimos que dar una respuesta rápida a toda la emergencia que hubo en los primeros momentos», explica Emma Pérez, referente provincial del programa de refugiados de Creu Roja.
Alojamiento en hoteles
En un primer momento, Creu Roja llegó a alojar hasta a 2.074 ucranianos, pero la cifra se ha ido reduciendo. «Actualmente tenemos alojadas a 566 personas, unas 300 de ellas en hoteles, en esa primera fase de emergencia», cuenta Pérez. Creu Roja se puso en marcha para asumir el ingente volumen de personas que llegaban. En total, 236 voluntarios han colaborado en una atención que es muy diversa: desde procurar el alojamiento (los hoteles de la Costa Daurada han sido claves) a ejercer un acompañamiento para la vida cotidiana. «Unas 100 personas han podido pasar a una segunda fase, de una mayor autonomía, en la que se pueden valer más por sí mismas», explica Pérez. Sucede, por ejemplo, cuando alguno de los recién llegados consigue un trabajo. «Aun así, les seguimos acompañando en diferentes tareas, por ejemplo, a la hora de encontrar un piso o una habitación», describe Emma Pérez.
No se puede entender este exilio sin su reverso: el regreso a Ucrania. «Mucha gente vino pensando que la invasión duraría un mes o dos y, viendo que todo se ha alargado, con el tiempo se han ido marchando. La gente que se queda es la que no puede volver, porque han destruido su casa. Una gran parte han regresado, si no exactamente allí donde vivían, a otra zona, a otro país de Europa más próximo al suyo, o más cerca de la frontera». Es el caso, por ejemplo, de Elena Labivka, que llegó embarazada junto a seis familiares más en marzo, después de todo un periplo por media Europa. Ha estado viviendo en Salou. Madre de dos hijos, en noviembre dio a luz a su hija pero a finales del año pasado regresó a Ucrania para reunirse con su marido, que estaba alistado. El resto de la familia se ha quedado en Polonia.
También Nadia y su hermana Lena, de Járkov, estuvieron aquí. Llegaron a trabajar en hoteles de Salou aprovechando su formación en idiomas –la campaña turística fue una baza a favor– pero se han acabado marchando. En su caso, han emigrado a Alemania, para estar más cerca de su país.
Lo mismo sucedió con la familia Sikorska, alojada casi de urgencia tres meses en Campclar. Cuando los ataques bajaron de intensidad, decidieron hacer el viaje de vuelta a Irpín, muy cerca de Kiev. «Los últimos días estaban con la moral algo decaída, el padre seguía allí, solo, y como no tenía a la familia había riesgo de que le enviaran al frente», cuenta Ana Pagán, la persona que acogió en su casa a Anastasia (17), su madre Olena (38), su hermana Yaryna (5), y su hermano Andriy, de solo cuatro meses cuando llegó. Anastasia era la niña ucraniana que pasaba todos los veranos en Tarragona. De ahí que Ana, cuando comenzó el conflicto, activara todo el dispositivo para traerles aquí.
Lágrimas en las despedidas
Las historias de la guerra son también las de esos particulares que se han volcado. Es el caso de Carlos Ferrer, un tarraconense que viajó en su momento para traer a refugiados y que ha estado todo este año a su lado. «Han formado parte de nuestro día a día. En las despedidas es inevitable que se nos cayeran las lágrimas», explica este voluntario. Él ha vivido de cerca estas experiencias tan intensas. «Son situaciones muy complicadas. Todos pensábamos que la guerra duraría unos pocos meses. Los niños preguntan por qué no están con el padre, en casa. Las ayudas también se van acabando. Hay que ponerse en su posición, saber lo que significa estar un año alejado de casa o con la familia dividida», dice Ferrer.
La emergencia humanitaria ha puesto a prueba estos niveles de solidaridad. «Hicimos lo que creíamos que era necesario. Hemos ido ayudando a las familias que recogimos, económicamente pero también en lo que necesitaban, como también en acompañamiento. Esas personas van a formar parte de nuestras vidas para siempre. El balance es positivo pero tenemos el mal sabor de boca de que no hayan vuelto con la guerra ya acabada», comenta Carlos Ferrer.
Más datos de la Generalitat que alumbran esa vuelta a casa: en el Baix Penedès había 844 refugiados en verano pasado, por los 354 de los que hay constancia en la actualidad. Es un 58% menos. En muchos casos, la vuelta ha sido en busca de una reunificación familiar, ya que la mayoría de hombres se quedaron allí. El 67% de las personas atendidas por Creu Roja en Tarragona son mujeres. 367 eran niños menores de 10 años.
El Ayuntamiento de Tarragona, que impulsó una oficina especial para el asilo, ha atendido durante este año a 612 ucranianos, a los que ha orientado en diferentes tareas, desde la solicitud de ayudas a la búsqueda de empleo.
Todo ello tiene su reflejo en el sistema educativo. Según datos del INE, desde el estallido de la guerra, ha habido 632 escolarizaciones en Tarragona. También esos pequeños han vuelto a casa en algunas ocasiones. Por eso, a pesar de que la acogida es ejemplar, el colectivo se ha topado con algunas dificultades para salir adelante, una vez recibida esa ayuda inicial. «No saber el idioma es uno de los obstáculos, igual que la dificultad para conseguir un trabajo o una vivienda», narra Emma Pérez.
Según esos balances, el número de personas alojadas por Creu Roja en Tarragona ha pasado de 2.074 a 566. De ahí, unas 100 han pasado a una segunda fase de autonomía, pero el resto, aproximadamente el 67%, se han ido, la mayor parte de veces a otro país. Ahí también se incluyen a aquellas personas que han sido reubicadas en otra comunidad autónoma. «Ahora mismo atendemos a las personas más vulnerables, quizás a aquellas que no pueden volver a su país», cuenta Pérez.