«A la consulta que es la puerta de entrada para la Covid-19 persistente nos llega el que llamamos el paciente de carpeta: con un montón de pruebas hechas, información buscada por internet, y a veces habiendo hecho tratamientos alternativos, más o menos criticables», indica la doctora Sandra Parra, del Hospital Sant Joan de Reus. Es una de las voces médicas que alertan de una práctica en auge: el uso de terapias alternativas para tratar la Covid-19 ante la desesperación. «Viven una situación de incertidumbre, porque no hay ciencia escrita, y buscan por su cuenta soluciones rápidas», añade Parra.
Teresa Auguet, desde el Joan XXIII, también tiene constancia de que «hay pacientes, por ejemplo con procesos de fatiga crónica, que ven que no hay una terapia clara para su dolencia y buscan tratamientos alternativos». «Hay que insistir en que la gente tenga mucho cuidado con este tipo de propuestas que no tienen un aval demostrado», añade Auguet.
«Advertimos de los riesgos»
El mismo colectivo de enfermos de Covid-19 persistente admite que hay personas que han optado por estas vías, cercanas a las pseudoterapias, y alerta de los riesgos. «Sabemos que hay personas que optan por alternativas pero nosotros siempre hemos sido muy cuidadosos con eso, advertimos de los riesgos que comporta y solo difundimos los avances que tienen una base sólida detrás», añade la coordinadora Sílvia Soler, también afectada por el coronavirus de larga duración.
El estudio ‘Situació actual de la Covid-19 persistent a Catalunya’, del comité de expertos, es contundente al respecto: «La desesperación de los pacientes por encontrar una solución a su sintomatología les ha llevado a probar terapias alternativas no probadas científicamente».
Un ejemplo citado en el informe es la haloterapia o terapia con sal seca (cámaras de sal) «para mejorar las funciones respiratorias» o la ozonoterapia para combatir el dolor crónico. También se menciona la plasmaféresis, la combinación de L-arginina y vitamina C para «mejorar la función endoletial y reducir la oxidación», la palmitoiletanolamida y luteolina para la anosmia –o pérdida total de olfato– o los probióticos». La investigación, recién publicada, matiza que «aunque estos estudios son un punto de partida para encontrar estrategias para tratar la Covid-19 persistente, es esencial la realización de estudios clínicos aleatorizados y doble ciego para determinar la eficacia de los tratamientos».
En algunas ocasiones estos tratamientos tienen que ver con la nutrición o la dietética pero en otras son procedimientos invasivos más extremos como lavados intestinales. Tampoco faltan los acercamientos a propuestas psicológicas ofrecidas para intentar aliviar al paciente y que no tienen la base científica suficiente.
«Dos pasos adelante, uno atrás»
El doctor Antoni Castro admite que «las patologías persistentes no son graves a nivel de que pongan en riesgo la vida pero sí que tienen que ver con males como fatiga o dolor crónico, que duran en el tiempo de forma muy prolongada». Castro reconoce que «hay una tendencia a la mejora con el paso del tiempo», aunque la recuperación es lenta y puede ser todo un calvario: «Hay pacientes que tienen esa sensación de que dan dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás».
El informe sí que remite a una relación de ensayos clínicos que se están realizando en el Covid-19 persistente con fármacos aprobados en otras enfermedades. Casi 50 estudios están en curso con diversos componentes para luchar contra los males más recurrentes del coronavirus a largo plazo como son la fatiga, la taquicardia o la afección respiratoria.