Las calles Unió y Apodaca conforman una de las arterias principales del centro de Tarragona. Es el eje que comunica la Rambla Nova con el puerto, y las relaciones entre ambas partes lo situaron durante muchos años como el bulevar comercial por excelencia de la ciudad. Este viejo esplendor hace ya algunos años que se ha apagado. Caminando de un extremo al otro, la imagen es la de tiendas cerradas, polvo y carteles que se van acumulando en los escaparates.
Bajando por la calle Unió hasta la Plaça dels Carros pueden sumarse hasta 49 locales vacíos, lo que representa una tercera parte de los 122 espacios disponibles. En el extremo más próximo a la Rambla hay 22 tiendas cerradas, mientras que Apodaca suma otras 27. De hecho, tan solo en el tramo más próximo al mar hay once locales, de los cuales ocho están cerrados.
Cistelleria Joan Rosell es el negocio más antiguo que sigue en la calle Apodaca. Salvador Veciana lo impulsó hace 151 años. Desde hace veinte años ocupa los bajos del número siete de esta calle. «Aguantamos los que somos propietarios, porque si dependes de un alquiler aquí hay días en los que no entra nadie», dice Rosell.
Los comerciantes que llevan más años en el barrio aseguran que el declive empezó cuando se eliminó el paso a nivel. En abril de 2011 se prohibió la circulación de los coches y empezaron las obras para habilitar el paso inferior. «Había mucha gente del puerto que pasaba por aquí y paraba», explica Sara Domènech, propietaria de la Carnisseria Xarcuteria Can Domènech.
Los turismos fueron desviados por el puente del Serrallo y Apodaca empezó a caer en declive. «Esto da pena. Era una calle con mucho movimiento porque somos el nexo entre la Part Alta y El Serrallo, pero ahora mismo aquí queda un paréntesis», sigue lamentándose Domènech.
Es una calle macedonia en la que hay tiendas de todoEste establecimiento abría sus puertas hace 36 años. La familia que lo impulsó es de Cambrils y tanto en la charcutería como en la verdulería –que está a escasos metros y regenta la hermana– venden el producto fresco de proximidad que se hacen ellos mismos. «Cada año vas haciendo un poquito más para estar al día y tener un poquito de todo para todos los bolsillos, pero si la gente no baja no podemos hacer nada», insiste Sara Domènech. Teme que, con la entrada en funcionamiento de la pasarela del Miracle, la situación aún será peor. «Al menos ahora en verano hay el movimiento de los que van a la playa», expone.
Fue un eje de bodegas, comestibles y zapaterías. Estas últimas siguen teniendo protagonismo, aunque destaca también el número de verdulerías y peluquerías. Por el resto, puede decirse que es una especie de macedonia en el que hay desde tiendas de animales de compañía a pastelerías históricas –como la Palau y Las Delicias– e incluso ha llegado la última moda de las lavanderías exprés.
Menos bancos
Unió y Apodaca también han sido víctimas del cierre indiscriminado de entidades bancarias. Tan solo quedan tres oficinas y, en distintos momentos, otros seis locales fueron ocupados por este servicio.
Calle Unió está aguantando mejor, por su proximidad con la RamblaClara Rubio Sanromà sigue con la tradición familiar de la farmacia Sanromà, que inició su actividad en 1908. El establecimiento se encuentra en el tramo medio de la calle Unió. Éste, al quedar más cerca de la Rambla, está aguantando mejor. Al menos aún sigue habiendo una rotación en los locales que los comerciantes aseguran que se ha acabado por completo en Apodaca.
Rubio lamenta la degradación que está sufriendo esta parte de la ciudad. «Está todo demasiado sucio y abandonado», argumenta esta farmacéutica. Los vecinos hicieron una propuesta para mejorar la calle, ensanchando los arcenes, mejorando la iluminación y apostando por un modelo más amable para los viandantes. «No se ha hecho nada y esto da asco», concluye.
Yolanda Estébanez lleva veinte años trabajando en Les Mitges. «Es que tampoco hay ni un banco para sentarse ni una jardinera que le dé un poco más de color. Es una calle gris de segunda o tercera, cuando habíamos estado en primera», asegura.