No ha faltado en esta pandemia el ruido generado por los enfrentamientos políticos más o menos enconados, pero también el conflicto entre los gestores y los científicos y expertos, en esa pugna tensa y constante entre salud y economía. El uso de la herramienta del estado de alarma por parte del gobierno de Pedro Sánchez se vio, al inicio, como la única alternativa posible en ese contexto de emergencia, pero luego fue criticado ampliamente por la oposición y otros sectores.
En Catalunya, el Procés también ha aparecido como telón de fondo. La Generalitat pidió más competencias para poder aplicar mayores restricciones, al tiempo que crecieron las críticas a ese mando único y las acusaciones de abuso de poder.
Hubo protestas y caceroladas en las calles, con el epicentro en Madrid, contra la gestión de Pedro Sánchez (en ese contexto nació en la derecha la llamada ‘revolución de los cayetanos’) que llevó incluso a una moción de censura fracasada a cargo de Vox.
También fue crudo el enfrentamiento entre Sánchez y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz-Ayuso, por el desacuerdo a la hora de decidir las limitaciones que se aprobaban para la capital con el fin de intentar paliar los efectos de la segunda ola, después del verano.
La polémica también ha rodeado de forma persistente un evento clave, empleado como arma arrojadiza, como fue el hecho de haber permitido la manifestación feminista celebrada el 8 de marzo, días antes de que estallara la crisis sanitaria.
La bronca política ha acabado por intoxicar algunos procesos de decisiones, a la vez que la propia gestión técnica y sanitaria también ha sido objeto de críticas. Una carta reciente del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, publicada en la prestigiosa revista ‘The Lancet’, criticó la politización de la pandemia.
En la misiva, Simón lamenta el «clima desafortunado de confrontación» que provoca que la comunicación eficaz de crisis sea un «desafío» que, además, está «probablemente» perjudicando los esfuerzos de la respuesta frente a la Covid-19.
A esa controversia política estatal también se ha añadido el papel de algunos líderes mundiales, que no han dejado de enturbiar la lucha contra el coronavirus, a veces con posturas próximas al negacionismo. Dirigentes internacionales de tanto poder comoDonald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil o Boris Johnson en el Reino Unido le han restado importancia en algunas ocasiones a la pandemia, a pesar, incluso, de haber acabado contagiándose hasta requerir hospitalización. Han mostrado una laxitud preocupante a la hora de implementar medidas de contención. En concreto, el líder norteamericano, Trump, ha quitado trascendencia al virus y ha llegado a cuestionar las mascarillas.