Cuando muchos negocios bajaban la persiana, en plena pandemia, Manuela Mimbrero y Jordi Fraile decidieron subir la suya. Concretamente, la de una de las habitaciones de su casa en el Raval de Sol i Vista, muy cerca del Estadi Municipal. Allí nació El Rinconcito Dulce, un quiosco singular. Los vecinos se acercan a la ventana, llaman al timbre y piden lo que les apetezca: refrescos, golosinas, patatas, helados, granizados...
Tres años después de abrir, este es último comercio que hay en el barrio, donde viven casi 1.000 vecinos y al que prácticamente un kilómetro separa del supermercado más cercano.
«Durante la Covid, los niños venían a entrenar al campo de fútbol. Pero a los padres no les dejaban entrar, así que muchos se quedaban esperando en la valla hasta que sus hijos acababan», recuerda Mimbrero, propietaria del quiosco. Ellos fueron sus primeros clientes. «Nos pedían agua, bolsitas de chuches... Y así fuimos haciendo», añade.
No resultó sencillo. Para poner El Rinconcito Dulce en marcha, Mimbrero pasó por los trámites propios de cualquier tienda. «Nos costó bastante, las gestiones fueron complejas, pero dimos todos los pasos y cumplimos escrupulosamente con lo que se nos iba pidiendo. Teníamos ganas de empezar algo así y nos decidimos a hacerlo», apunta. Por ejemplo, tuvo que instalar una puerta contra incendios en el pasillo de la vivienda.
Las exigencias en su día a día son también las de un comercio ordinario: del registro de temperaturas de la nevera al de las limpiezas o las actuaciones del control de plagas y los utensilios separados para atender a personas celíacas. Todo ello, claro, sometido a las pertinentes inspecciones periódicas.
Los precios del género están ajustados a la zona y el quiosco es, para la familia, «un complemento» que da «para pagar los gastos, los autónomos, la gestoría y poco más».
Por las tardes, el negocio recibe un goteo frecuente de clientela, sobre todo niños que se asoman a la ventana de la casa con algún antojo. Desde dentro, la dueña se asoma y les atiende. Y suelen llevarse un flash o un granizado. «Va viniendo gente, pero tampoco es un boom. Este tiempo hemos ido tirando», explica Mimbrero.
Fraile comenta que los vecinos del barrio que tiene una parte importante de la población envejecida y está distribuido en viviendas unifamiliares les animan a poner a la venta «más productos de otro tipo, cosas que se necesiten habitualmente», como «azúcar o leche».
Pero la idea de El Rinconcito Dulce no es esa. De hecho, su futuro, a día de hoy, no está claro. «No sé si aguantaremos este año entero. Si la cosa no mejora, probablemente lo dejemos», lamenta. Por el momento, el negocio sigue adelante.
En Sol i Vista sí funcionan un par de bares regentados por vecinos del barrio. Entonces, ¿por qué no hay más tiendas? «Antes, sí las teníamos. Y vendían bebida, carne y de todo. Pero fueron cerrando», relata Fraile, e incide en lo complicado de ponerse de nuevas tras un mostrador.
Ahora, quienes quieren comprar acostumbran a coger el coche o desplazarse en bus hacia el entorno de la avenida del Doctor Vilaseca o la de Països Catalans, muy lejos para llegar caminando y con las bolsas, detalla una vecina, Susana Infantes.
La situación no es exclusiva de este punto de la ciudad. Otros barrios, como Mas Pellicer, han reclamado en los últimos años más facilidades para reactivar su tejido comercial, muy mermado y que deja a quienes viven allí sin la oportunidad de encontrar lo más básico dentro de su mismo barrio.
«Hubo intentos, pero lo dejaron»
La Associació de Veïns de Sol i Vista, con Rosi Espigares al frente, conoce bien el escenario. «A veces, ha habido intentos de montar tiendas, pero todas han acabado cerrando», señala Espigares. «La normativa pide muchas condiciones para abrir y es complicado cumplirlas.
Temas como el de la altura del local, por ejemplo, son difíciles en este barrio porque no hay ningún espacio que esté preparado como sería necesario ni tampoco hay nadie que quiera meterse en una inversión grande para hacerlo», añade.
La presidenta vecinal constata que contar con comercios en el barrio sería positivo para el vecindario, para no tener que ir hasta la Plaça de les Baldufes. «Nos gustaría que hubiese algo más cerca donde poder comprar», concluye.