Muy queridos Reyes Magos. Ya hace más de dos mil años, contemplando el firmamento, os disteis cuenta de que había una estrella que no correspondía. Si hubierais sido astrólogos de los de hoy, os habríais envuelto en discusiones y disertaciones sobre suertes o desgracias y sobre el hecho de que nos marca al nacer, como dicen. Pero no. Vosotros tres erais lo suficientemente Magos como para no quedaros aposentados en casa con discusiones y más discusiones, y lo suficientemente inocentes como para poneros en camino siguiendo la estrella. Con ese extraño rodeo que os condujo al palacio de Herodes, llegasteis a Belén encaminados por la estrella. Entrasteis en casa y encontrasteis al Niño y a su madre. Ni uno ni la otra tenían señales de realeza, pero vosotros, como buenos Magos, erais lo suficientemente sabios para saber que Dios tiene predilección por los signos de pobreza. Y los tres presentasteis al Niño vuestro homenaje. Habíais encontrado a Dios por los rastros de una estrella.
El próximo miércoles, ya de noche, volveréis a venir a nuestros pueblos y ciudades. No es que hubierais visto ninguna estrella especial en el firmamento del cielo. Pero volveréis a venir porque la estrella que visteis es la inocencia de nuestros niños marcados por la ilusión de esta noche. La gente sale a la calle. A recibiros, se debe ir con un niño. Con un niño y un farolillo. Con un niño y una ilusión. Quien no tenga ilusión, más vale que no salga a esperaros, aunque tenga un niño curioso por vuestra llegada. Le haría daño. Vuestra cabalgata desvela la imaginación de los niños para lo bello. Sin embargo, es necesario que el niño pueda vivirla en el calor de casa. La imaginación es como un pájaro. Entre vuelo y vuelo debe tener un lugar donde posarse y acurrucarse, si es necesario. La ilusión de la noche de Reyes sin el calor de casa puede hacer más daño que bien. Cuando el sueño se deshace, el niño que está solo queda a la intemperie. Nuestros niños tienen la piel todavía demasiado tierna para sufrir decepciones. Al decir «el calor de casa», no me refiero a lo que, al día siguiente, día de Reyes, encontrarán en el plato. Esto es mucho menos importante que saber hacer fiesta de lo sencillo. Quiero decir el calor de todo el año. Si no hay calor, los mejores regalos no ilusionan. Tan sólo satisfacen el afán de tener y poseer.
Muy queridos padres y madres, siempre portadores de luz. De luz y de calor: En la noche de Reyes, con vuestro niño a hombros y un farolillo en la mano, la ilusión os hará avanzar entre empujones por la calle. No significa nada que algún sabio creído se ría. Que tenga un hijo y veremos lo que hace. En unos años, cuando el hijo, ya maduro, haya levado anclas, seguiréis proyectando luz. Entonces seréis guardianes de un faro para orientar al barco que navegará por la vida. Porque el amor, inexplicablemente, mantiene siempre la luz. En la noche de Reyes encenderéis un farolillo y saldréis a la calle a recibir a los Reyes. Con vuestra actitud nos diréis que cada niño es una estrella de Belén. Muchas gracias, padres y madres, por vuestra inocencia y finura de espíritu. Estoy seguro que no defraudareis nunca a vuestros niños. Nos estáis diciendo que la noche de Reyes es noche de ternura. Y, en esta noche, yo rezaré para que no falte a vuestros hijos ni luz ni calor mientras estéis en el mundo.