Los gobernantes de la Unión Europea se disponen a votar una propuesta que afecta al sector pesquero mediterráneo y que, de aprobarse, puede suponer su muerte definitiva. La medida planteada recoge una reducción del 80% en los días anuales de pesca para el 2025. Eso, traducido en cifras reales, supone que nuestros pescadores solo podrán faenar de 20 a 28 días al año, en función de las medidas de su embarcación.
¿Alguien se imagina cómo sobrevivir todo el año, si solo trabaja y produce 28 días? Sin duda, el año se puede hacer mucho más que largo... Imposible. Y yo me pregunto: ¿Esos mismos dirigentes europeos, tendrían la misma determinación para aprobar una ley que afectase a sus salarios en la misma medida? ¿Aprobarían los parlamentarios europeos una reducción de su jornada –y su salario– hasta dejarla en solo 28 días por año?
Como me imagino la respuesta, solo queda decir que la propuesta de recortes para el sector pesquero es una aberración. Lo es porque supone dejar morir a un sector ya muy afectado por restricciones, normativas y condiciones muy estrictas, que todavía lo serán más de aprobarse esta nueva propuesta.
Cabe decir que estas condiciones no son, además, para todos por igual, ya que al mismo tiempo que la Unión Europea ahoga la pesca mediterránea europea, permite el acceso de pescado procedente de Marruecos y que, por supuesto, no está sometido a las mismas reglamentaciones en cuanto a la captura, transporte y conservación de su pescado.
Pero la desgracia no llegará solo para los pescadores europeos del Mediterráneo, que sin duda serán quienes más la sufran. Se trata de un sector que va más allá de lo económico, ya que en todo el litoral catalán –y mediterráneo– son de sobra conocidos los barrios pesqueros, con su propia cultura, tradición e idiosincrasia. Todo eso peligra, así como también lo hacen los talleres náuticos, los negocios vinculados al comercio de pescado o la propia restauración marinera. Demasiadas economías familiares están en juego.
Por eso, con esta propuesta europea nos jugamos mucho, empezando por la propia esencia de los pueblos mediterráneos, tan dados a la mar para substituir desde tiempos ancestrales y que, hoy más que nunca, viven con el agua al cuello. Ni siquiera las medidas que se han autoimpuesto de manera voluntaria, en forma de reducción de su jornada laboral, vedas biológicas anuales, zonas de exclusión pesquera e incorporación de nuevas técnicas más selectivas pueden salvar su método de vida, que ahora depende de que los gobernantes europeos les limiten todavía más sus escasas posibilidades.
Sin duda, una aberración en toda regla.