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Teoría de grupos

02 junio 2022 07:12 | Actualizado a 02 junio 2022 07:15
Víctor Navarro
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1. Siempre he desconfiado del ‘nosotros’. Creo en el apoyo mutuo, en la convivencia, en lo social, pero también tengo miedo a la turba. Me aterra el pequeño paso que va del grupo al tribalismo, lo fácil que un plural nos incluye sin permiso y nos secuestra. Hay dos citas al respecto en las que pienso mucho últimamente: una, aquella de Groucho según la cual nunca se uniría a un club que lo tuviera como miembro; la otra, más reciente, aquello que le dicen al joven protagonista de Jojo Rabbit: «no eres un nazi, Jojo, eres un niño de diez años al que le gusta llevar un uniforme gracioso y quiere ser parte de un club».

2. He nombrado a Jojo pero no mencionaré ningún club moderno. No quiero que estas notas se interpreten como una crítica contra estos o aquellos. Lo que me preocupa es una cuestión de fondo, una estructura en la que cualquier grupo se puede enmarcar: el tribalismo.

3. El psicólogo Robert Wright lleva tiempo escribiendo sobre el asunto y avisando de que es el gran peligro de nuestros tiempos. Y se hace una pregunta difícil: ¿cuál es la tribu de los que nos consideramos tribeless, sin tribu?

4. Hoy, las tribus se forman a través de la idea de identidad, muy del gusto del pensamiento posmoderno (tanto el de izquierdas como el de derechas; sí, hay una derecha posmoderna), que quiere tener una relación privada con la realidad. Por un lado, el grupo proporciona el goce clásico de pertenecer a algo más grande que uno mismo; por el otro, y ahí está el giro contemporáneo, sirve de cámara de eco de la idea que tenemos de nosotros mismos.

La primera trampa del tribalismo es simplificarnos. Reduce lo que somos a una única coordenada y lo mide todo por lo bien que nos ajustamos a ella. O buenos miembros de la tribu o enemigos de ella

5. Todos queremos pertenecer a un club (hasta Groucho) y eso en principio no es malo. El diferente busca a diferentes como él, los intereses comunes producen alianzas. El riesgo es que los grupos sirven para dialogar pero también para hacernos trampas, para tirarnos por pendientes que de otras maneras esquivaríamos. Te unes a un grupo de Whatsapp para coordinar horarios y acabas justificando el Holocausto.

6. En ‘Decir el mal’, Ana Carrasco Conde se pregunta: «¿Y si el mal no se debe explicar únicamente desde el yo, entendido como ser único y singular, sino desde el espectro más amplio de un nosotros?»

7. La ética y la responsabilidad se usan para los demás, pero son individuales.

8. La primera trampa del tribalismo es simplificarnos. Reduce lo que somos a una única coordenada y lo mide todo por lo bien que nos ajustamos a ella. O buenos miembros de la tribu o enemigos de ella.

9. Contra esto, Gregorio Luri escribía hace poco que somos «milhojas de identidades varias». «Si me dijeran que redujese toda mi pluralidad de mil hojas a una triste hoja suelta», dice Luri, «respondería que ni hablar». Bernat Castany Prado, en su estupendo Una filosofía del miedo, habla de «eclipses identitarios», donde un único factor de los que nos forman anula al resto. El problema para el creyente tribal es que la realidad se impone y las 999 hojas eclipsadas no desaparecen. Para mantener su pureza, las tribus suben el nivel de exigencia de la adscripción, y nunca sabemos cuál de las mil hojas que nos forman pasará a ser la impura.

10. El tribalismo, insisto, funciona porque presenta falsos dilemas, falsas dicotomías. O conmigo o contra mí. La mera existencia de una idea diferente a las mías, de una persona diferente a mí, es un ataque. En un libro titulado The Religious Case Against Belief, el experto en estudios religiosos James P. Carse advierte que los sistemas de creencias tienden a lo absoluto y se definen por oposición a una amenaza percibida. Lo explican todo y fuera de ellos sólo hay peligros. El estado natural de una tribu es sentirse amenazada.

11. Todo esto se entendía mejor cuando hablábamos, de forma abierta, de ‘tribus urbanas’. No nos unimos tanto a unas ideas como a un grupo cerrado con sus propios códigos, su propia habla, su propia estética. Nos rodeamos de marcadores para saber quiénes son de los nuestros y a quién apartamos.

12. Para el pensamiento tribal, los que están fuera de la tribu no plantean una cuestión de convivencia sino una lucha existencial. Lamentaba Gabilondo, al retirarse, que en el marco actual se han perdido los acuerdos de fondo. Y otra vez nos llamarán buenistas a los que le damos la razón, a los que defendemos la sociedad abierta y la negociación, aunque lo que nos mueva sea la conclusión realista de que no se puede vivir siempre de espaldas a los otros, y que, como el pastor Pedro, más nos conviene no gastar la palabra «lobo» antes de que venga uno de verdad.

13. La estrategia tribal de un populista es presentarse como uno de nosotros. La reacción de toda sociedad sana debería ser preguntarle de qué «nosotros», en concreto, habla.

El tribalismo, insisto, funciona porque presenta falsos dilemas, falsas dicotomías. O conmigo o contra mí

14. Ante esta política agónica donde todo rival es un lobo, Miquel Seguró Mendlewicz propone, en su libro Vulnerabilidad, una política de lo vulnerable, de lo provisional, de lo que funciona para nuestras flaquezas pero reconoce sus limitaciones y bien podría cambiar mañana. Frente a la sacralización del grupo, la voluntad de convivir sumando identidades que ni uno mismo acaba de entender.

15. En ‘Encuentros con el Otro’, Kapuscinski explica cómo todo otro es a la vez alguien que comparte conmigo la misma condición humana y que vive en un mundo que me es totalmente ajeno. En todo encuentro con el otro hay a la vez un nosotros y un ellos.

16. He aguantado hasta aquí sin mentar las redes sociales o los medios que las amplifican. Mucho ha sido. En un lugar como Twitter hay que hablar sin parar y tomar partido sobre la polémica del día antes del desayuno. Para viralizar un mensaje reenviado en Whatsapp hay que insultar y dejar claro que estamos en la tribu correcta. Las redes no son lugares de encuentro sino catálogos de gritos tribales.

17. A mí, que la identidad me da pereza y los grupos cerrados me ahogan, me tranquiliza escuchar a Wright, Luri, Castany Prado o Carrasco Conde, a gente que duda y desconfía de la identidad, como el experto en poscolonialismo John McLeod, que hace poco defendía en un congreso preocuparnos menos por ella y más por la ciudadanía y la personhood. Me alivia que haya quién calle y escuche y que, como la escritora Zadie Smith o el historiador Tony Judt, defienda cambiar de opinión. Me consuela no ser el único que quiere más teorías de colaboración y menos de grupos.

18. Pero eso ya lo sabes tú, que me lees, porque tú y yo estamos en el club de los buenos y los tribales son los demás, que ponen en peligro nuestra apertura y ejemplar tolerancia; ellos, esos tribales radicales y enfebrecidos que no son como nosotros.

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