La historia camina habitualmente en espiral, de modo que el tiempo avanza inexorablemente pero dibujando una sucesión de curvas frecuentemente recurrentes. Si nos fijamos en la tipología de monumentos que las diferentes civilizaciones nos han legado, existen algunas modalidades prácticamente constantes, como los edificios religiosos o las fastuosas residencias para los poderosos del momento. Pero también es posible identificar en cada época el tipo de construcción paradigmática de aquellos días, que suele decir mucho sobre la sociedad que se encontraba detrás, tanto por su importancia como por su generalización: los deslumbrantes teatros de la Grecia clásica, los circos y anfiteatros que los romanos diseminaron por todo el imperio para sus cruentos espectáculos públicos, los inmensos complejos monásticos y catedralicios que levantaron los artesanos medievales, los palacios y jardines insultantemente ostentosos del período barroco...
¿Qué tipología de edificios emblemáticos estamos construyendo en la actualidad, que probablemente despertarán el asombro de los arqueólogos del futuro y quizás nos identifiquen como civilización por su universalización y envergadura? Si quisiéramos ponernos estupendos, diríamos que los grandes museos, bibliotecas o centros de investigación... pero me temo que serán los equipamientos deportivos de masas. En efecto, es difícil encontrar actualmente en occidente una ciudad que no cuente con un campo de fútbol europeo o americano con capacidad para acoger a una llamativa proporción de sus habitantes. De hecho, sospecho que son pocas las poblaciones del viejo continente donde el estadio del equipo local no sea, con diferencia, el mayor edificio de la ciudad. Parece que la curva de la espiral histórica, al menos en este aspecto, no se orienta hacia el más allá, como en el antiguo Egipto o la Edad Media, sino hacia el ‘panem et circenses’ de la época romana.
Esta tendencia, que comenzó a generalizarse a mediados del siglo pasado, se halla lejos de remitir. Más bien, al contrario. Las principales ligas europeas y norteamericanas se hallan inmersas en una frenética carrera por diseñar los estadios más espectaculares y versátiles. Y no por ostentación, sino por la convicción de que estos recintos pueden convertirse en una mina de oro para sus inquilinos, si saben convertirlos en un centro de ocio y negocios que genere recursos todos los días del año, y no un par de horas por quincena como hasta ahora.
Por ejemplo, el Fútbol Club Barcelona acaba de iniciar una reforma (casi una reconstrucción) del Camp Nou, que lo convertirá en uno de los más grandes y modernos equipamientos del mundo en este ámbito (una apuesta arriesgada, teniendo en cuenta la delicadísima situación financiera de la entidad). Aún más allá (no en aforo, pero sí en características y visión estratégica) ha ido su eterno rival, el Real Madrid, gastándose casi mil millones de euros en un campo con césped ocultable bajo rasante y techo retráctil, que podrá albergar todo tipo de conciertos, ferias y eventos multitudinarios en pleno centro de la capital española. Y, no lo duden, recuperarán con creces el capital invertido: el nuevo Bernabeu será una máquina de hacer dinero.
Este fenómeno probablemente se intensifique con la reciente, extraña y seguramente conflictiva designación múltiple del Mundial 2030, que se desarrollará en los principales recintos deportivos de España, Portugal, Marruecos, Argentina, Paraguay y Uruguay. Aun así, la idea de que los estadios nunca más serán simples estadios no está sólo al alcance de los grandes clubes. Los modestos, dentro de sus limitaciones, también comienzan a interiorizar que sus instalaciones pueden convertirse en un manantial de recursos constante, más allá de su uso estrictamente deportivo. Sin ir más lejos, el Cádiz acaba de anunciar su intención de abandonar el campo público que llevaba utilizando desde hacía décadas, con el objetivo de construir su propio complejo multiusos. ¿Contaremos algún día con un equipamiento similar en Tarragona, que sirva como hogar y fuente de ingresos para nuestro querido Nàstic? No parece sencillo, pero confiemos en que así sea. Los vientos corren en esa dirección.