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Guerra de España, no Guerra Civil

19 julio 2023 19:50 | Actualizado a 20 julio 2023 07:00
Cándido Marquesán
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La terminología nunca es intrascendente. No es lo mismo hablar de golpe militar que alzamiento nacional para explicar el inicio de nuestra guerra civil o guerra de España.

Hoy la historiografía científica ha demostrado que hubo un golpe militar y que una democracia nunca es responsable de un golpe militar, ni tampoco un gobierno legítimo, electo en unas elecciones democráticas como las de febrero de 1936, puede ser calificado como un bando.

Pretendo cuestionar el término de guerra civil y sustituirlo por el más adecuado de la guerra de España. Tal cambio terminológico me lo ha sugerido el libro del historiador David Jorge Inseguridad colectiva. La sociedad de Naciones, la Guerra de España y el fin de la paz mundial, prologado por Ángel Viñas.

Obviamente hubo una guerra civil, entre españoles que lucharon en diferentes ejércitos, pero no solo.

La historiografía científica ha demostrado que hubo un golpe militar y que una democracia nunca es responsable de un golpe militar, ni tampoco un gobierno legítimo

Es más concluyente el término de Guerra de España, porque hubo una clara intervención internacional, fundamental en todas las etapas del conflicto: en el golpe de Estado, en la conversión del golpe en guerra, en su desarrollo, en su resultado final e incluso en el mantenimiento de Franco en el poder después del fin de la Segunda Guerra Mundial.

En todos estos momentos, la dimensión internacional fue decisiva. No se puede, por tanto, reducir el conflicto a una mera guerra civil. Se habla de guerra de Corea o de Vietnam, aunque también en ellas hubo un enfrentamiento civil.

Resulta muy ilustrativo el discurso, pleno de desesperación, de Julio Álvarez del Vayo en septiembre de 1936 ante la Asamblea de la Sociedad de Naciones, sobre esa dimensión internacional, anunciando que la guerra española es ya una guerra mundial, incluso habla de guerra futura, denunciando el apoyo de los países fascistas a los golpistas, así como el abandono al gobierno de la República por parte de las democracias occidentales, con la excusa de la no intervención.

«La guerra futura, aunque pudiendo en apariencia ser el choque de dos Estados, será el choque, el conflicto, la contradicción siempre dramática en la Historia, de dos mentalidades, de dos concepciones distintas de la vida. [...] Siendo, así las cosas, apareciendo tal la situación, conviene preguntarse si es justo continuar hablando como una eventualidad futura, y si no será más honesto considerar la guerra como una realidad existente ante nuestros propios ojos.

Los campos ensangrentados de España son ya, en realidad, los campos de batalla de la guerra mundial. Esta lucha, una vez comenzada, se transformó inmediatamente en una cuestión internacional.

El agresor ha recibido –esto es una realidad incontestable-una ayuda moral y material de los Estados cuyo régimen político coincide con aquél a que aspiran los rebeldes. Hablo aquí ante una asamblea de hombres de Estado, de hombres de gobierno, sobre cuyas espaldas pesa la responsabilidad del bienestar y de orden en su país.

En Europa, como el fascismo fue vencido, se hizo un juicio legal a los criminales y se desarrolló una memoria histórica. Aquí los criminales fascistas ni fueron vencidos ni fueron juzgados

¿Cuál de entre ellos no comprenderá que nosotros, hombres responsables del porvenir de España, del porvenir del pueblo español, de todo el pueblo español, no interpretamos eso que se llama ‘no intervención’ más que como una política de intervención en perjuicio del Gobierno constitucional y responsable?

¿Cuál de entre ellos no reconocerá que es para nosotros absolutamente inadmisible que se nos quiera poner en el mismo plano que a los que, violando el juramento de honor hecho a la República, se levantaron, con las armas en la mano, para destruir nuestro régimen de libertad?».

Manuel Azaña en La Velada de Benicarló, ya en mayo de 1937 señala: «Enumerados por orden de su importancia, de mayor a menor, los enemigos de la República son: la política franco-inglesa; la intervención armada de Italia y Alemania; los desmanes, la indisciplina y los fines subalternos que han menoscabado la reputación de la República y la autoridad del Gobierno; por último, las fuerzas propias de los rebeldes. ¿Dónde estarían ahora los sublevados de julio, si las otras tres causas, singularmente la primera, no hubiesen obrado a su favor?

Es clara la dimensión internacional de nuestra guerra de España, sin la cual ni el inicio, ni el desarrollo ni las consecuencias hubieran sido las mismas.

Recurriendo de nuevo a David Jorge, el término impuesto de «guerra civil» responde a unas razones determinadas, sobre todo del Reino Unido. Concretamente, fueron tres. Primero, preservar los intereses económicos y geoestratégicos del Imperio Británico, como en Riotinto, Gibraltar y Baleares. Segundo, según avanza la guerra, a Londres le interesa justificar la No Intervención.

Quiso venderla como un éxito alegando que había logrado limitar el conflicto, a pesar de ser internacional, a las fronteras españolas. Terminada la Segunda Guerra Mundial, finalmente, fue cuando más se enfatizó la idea de la Spanish Civil War. Servía perfectamente para separar la guerra española de la mundial y, así, justificar que los Aliados no procedieran a liberar la España de Franco después de hacer lo propio con Italia, Alemania y Japón. La actuación de los aliados en estos momentos fue lamentable ya que sirvió para consolidar la dictadura franquista.

Lo que le llevó a Indalecio Prieto a decir que la República fue vencida dos veces: por el fascismo en 1939 y por los aliados en 1945. Las secuelas siguen latentes hoy en España.

La situación de España en relación con el fascismo es anómala. El contraste con el resto de Europa es desolador. En Europa como el fascismo fue vencido, se hizo un juicio legal a los criminales y se desarrolló una memoria histórica. Aquí los criminales fascistas ni fueron vencidos ni fueron juzgados. Y así el franquismo sigue vigente en amplios sectores de la sociedad española, con 52 diputados en el Congreso. Y toda nuestra Transición estuvo condicionada por esta circunstancia. El contraste de España en la Transición con la Italia de después de la Segunda Guerra Mundial es desolador.

Santiago Alba Rico en su artículo Patriotismo constitucional y derecho a la fragilidad cita la intervención impresionante del diputado italiano Piero Calamandrei en la sesión de la Asamblea Constituyente del siete de marzo de 1947 en el acto de fundar la República social italiana:

«Creo que nuestros descendientes sentirán más que nosotros, dentro de un siglo, que de nuestra Constituyente nació realmente una nueva historia: y se imaginarán que en nuestra Asamblea, mientras se discutía de la nueva Constitución republicana, sentados en estos escaños no estábamos nosotros, hombre efímeros cuyos nombres serán borrados y olvidados, sino todo un pueblo de muertos, esos muertos que nosotros conocemos uno a uno, caídos en nuestras filas, en las prisiones y en los patíbulos, en montes y llanuras, en las estepas rusas y en las arenas africanas, en mares y desiertos, desde Matteotti a Rosselli, desde Amendola a Gramsci, hasta nuestros muchachos partisanos. [...]

Ellos murieron sin retórica, sin grandes frases, con simplicidad, como si se tratase de un trabajo cotidiano que cumplir: el gran trabajo necesario para devolver a Italia la libertad y la dignidad. (...) A nosotros nos corresponde una tarea cien veces más llevadera: la de traducir en leyes claras, estables y honestas su sueño de una sociedad más justa y más humana, el sueño de una solidaridad que una a todos los hombres en esta obra de erradicar el dolor. Bastante poco, en realidad, piden nuestros muertos. No debemos traicionarlos».

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