Ya ha llegado otra vez la historia del Titanic a Tarragona: Titanic, the reconstruction. Me sorprende siempre la coba que se da al asunto y la algarabía que parece que suscita. Los propios promotores de la exposición admiten que la fascinación universal por la historia del barco y su naufragio tiene algo de inexplicable. No, lo siento. Para mí de inexplicable lo tiene todo.
El presidente de la Fundación Titanic, impulsor de esta muestra y también de Titanic, the exhibition, que ya recaló en Tarragona en 2008, ha dicho que la historia del Titanic –te cuentan desde cómo fue la cena en que se decidió el nombre que llevaría el barco «mítico» hasta las últimas palabras de socorro que emitió– habla de «valores como la valentía, la caballerosidad (sic), la educación, la honradez». Vale.
La muestra, antes de pasar por Tarragona, estuvo en Granada, donde la visitaron 123.000 personas. Y seguro que en Granada había muchas otras opciones de ocio. Como Tarragona es tan aburrida, el éxito está asegurado. No lo digo yo, lo dice Loli, una amable señora lectora en uno de los comentarios en la web del Diari. No debió de tener en cuenta lo de la exhibición aérea. Digamos que era una propuesta de altura y matémoslo aquí. Pues no vayas, dirán. Pues eso.
Es que no soy mitómana. Para mito, el de Europa y sus valores democráticos. Como el Titanic, también hace tiempo que se está hundiendo. Tiene que ir Francisco a Lesbos a tirar desde allí las orejas a los Veintiocho a los cuatro vientos, como cuando Lampedusa hace tres años. Pero que no pare la orquesta, Europa. Y tú a lo tuyo. Las mujeres y los niños primero, no. Aquí, maricón el último.