Sin cultura de pacto

El peligro del pacto es que uno de los socios acaba por engullir a los demás

19 mayo 2017 22:47 | Actualizado a 22 mayo 2017 18:14
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Hemos pasado de la política bipartidista a la del multipartidismo. Y ya ven: a la primera de cambio nos hemos embarrancado en el lodazal de pactos imposibles con Susana Díaz en Andalucía.

La verdad es que los escasos intentos pluripartidistas han acabado como el rosario de la aurora. Del Gobierno pentapartito balear, no hablemos; y en el tripartito catalán de Pasqual Maragall tiene su origen la desafección independentista actual.

Y es que el pluripartidismo exige una generosidad política y un abandono de la rigidez conceptual a las que parecen ajenos nuestros partidos, tanto los viejos como los de nuevo cuño. Si el pacto supone cesión ideológica, aquí no cede ni su padre. Por eso, cuando el bipartito de PSOE y PNG desbancó a Manuel Fraga en Galicia, ambos partidos cortaron por lo sano: en vez de un Gobierno de coalición, en realidad crearon dos Xuntas, repartiéndose las Consellerías y haciendo que éstas funcionasen sin coordinación unas con otras.

El peligro del pacto, para quien lo ejerce, es que uno de los socios acaba por engullir a los demás, ya que sobre él recaen los méritos de la gestión pluripartidista y sobre los otros los deméritos.

Eso ha sucedido por ejemplo en Alemania, donde los democristianos de Angela Merkel fagocitaron a sus socios liberales, acabando prematuramente con la carrera de su líder de entonces, Philipp Rösler. Ahora acaba de ocurrir lo mismo en Gran Bretaña, donde ha tenido que dimitir en prometedor Nick Clegg.

La previsible y premonitoria inmolación personal de estos líderes como precio del pacto político demuestra que anteponen los intereses nacionales a los suyos individuales. Y eso, entre nosotros, aún está por ver que llegue a suceder.

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