No ha pasado tanto tiempo de la retirada de Serrat y ya parece que suena aún mejor. Se despidió en su ciudad con un concierto cuya última canción fue también la primera que grabó. Se titula Una guitarra y el año que viene cumplirá sesenta.
El Premio Princesa de Asturias de las Artes es lo mínimo que merece una trayectoria como la suya. Muchos dicen que sería un muy digno Cervantes. Y llevan razón: pocos han hecho tanto por la lengua castellana. En sus discos ha amplificado las voces de Machado, Hernández, Benedetti; por si fuera poco, ha aportado cosecha propia de memorables letras y melodías que son acervo popular.
Surgió en una época de efervescencia de la música en España, miembro de un grupo multitudinario donde era uno más. Su sello particular no estaba tan marcado por los sonidos procedentes del Reino Unido (Beatles, Rolling) y Norteamérica (Dylan, Cohen) como por la influencia de la canción francesa.
A pesar de su retirada de los escenarios, no perdemos la esperanza de que en algún momento aparezcan nuevas piezas de su mano, o viejas almacenadas en algún cajón, que alguna debe de haber, hija de esas épocas más fértiles que tienen los grandes creadores y en las que no llegan a dar abasto de todo lo que se les ocurre.
Ya son mayores de edad la docena de temas que conformaban su disco Mô, de 2006, el último que compuso íntegramente. Posteriormente vendría uno dedicado a Miguel Hernández (el segundo en su carrera) y otro al alimón con Sabina. Podríamos decir que su despedida no nos pilló exactamente desprevenidos.
Produce auténtico vértigo escuchar sus joyas más conocidas y las más ocultas, y comprobar que esas genialidades de un joven artista de los años sesenta siguen hablando a una vertiente del alma que, frente a lo que nos quieran vender, es inmune al paso de las épocas y se hace fuerte en el clasicismo.
De principio a fin, sus canciones se revistieron de la elegancia que les dispensó el pianista Ricardo Miralles, con puntuales contribuciones. Esto se traduce en un sonido que ha trascendido y apenas ha variado en más de medio siglo. Aun así, ha sido inevitable que algunos vean inmovilismo donde otros permanencia.
Espectador privilegiado de la poesía, faceta que ha aplicado como cantor y también como lector. Pocos han entendido como él a los juglares de nuestro tiempo, asimilándolos y aplicando sus mensajes de paz y de talento. Para cada oyente Serrat ha sido una cosa distinta.
Pepito grillo romántico, talismán de la democracia, voz de los marginados, profeta en dos tierras y genio de la lámpara en general, con respuesta a casi cualquiera de las preguntas más insospechadas. Hijo adoptivo de nuestro otro continente, hasta el punto de que algunos lo creían argentino, se fue de la habitación, pero dejó la luz encendida de su música.
Escucharla de nuevo, leer sus letras o curiosear los libros que se les han dedicado son pequeños homenajes a alguien tocado por la varita mágica de Dios o el destino, que a su vez hizo de su don un tributo a la gente corriente que lo recuerda estos días (y los demás).