Siempre ha habido pobres y ricos, pero la ardua lucha de esta época consiste en que no sean los mismos menesterosos y los mismos adinerados. En Grecia se han convertido los cajeros automáticos en hornacinas y allí van a llorar o a cobrar 60 euros de lo que era suyo miles de griegos. No es verdad que los ricos también lloren aunque se le salten las lágrimas del único ojo ciclópico y avisor. Los poseedores de grandes fortunas han tenido el acierto insolidario de llevársela lejos de su glorioso país, cosa que no pudieron hacer con su pobreza quienes no disponían más que de la luna y las columnas. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Junker, dice que un “no” al referéndum sería un “no” a Europa, mientras Tsipras habla, con un hilo de voz apenas audible, del enorme coste financiero que supondría abandonar la eurozona.
Como los acreedores son implacables, la solución, o parte de ella, sería vender islas. Los griegos son ricos en esos trozos pequeños de patria flotante. Quienes los han contado aseguran que son más de 8.000, pero ¿dónde están los compradores? Los europeos no tenemos dinero suelto porque lo han amarrado los bancos, que también son de piedra ¿Cómo ayudar si estamos necesitados de ayuda? Ni pidas a quien pidió, ni sirvas a quien sirvió. «A mí también me deben», que dijo aquel señor al que un desconocido le dio un pequeño toque en la espalda para advertirle de que se había olvidado de la revista que estaba leyendo durante el trayecto.
Ahora que parece que va a mejor todo o parte, comprobamos que compadecer tiene también un ruin ingrediente de egoísmo. Nos alegramos de no pasarlo tan mal como ellos y de haber superado el miedo al corralito, pero las diferencias persisten y a la larga, si son tan extremas como entre nosotros, acaban explotando. Cada vez se invierten más millones en hoteles de lujo y en futbolistas caros, mientras seguimos hablando de gente que duerme en la calle. Menos mal que hace un calor horroroso.