E ra cuestión de tiempo. Nadie hizo el más mínimo esfuerzo por ocultar que Susana Díaz sería la candidata de Ferraz. Su puesta de largo, todo un derroche de poderío sobre el apparátchik, fue vista por muchos como un NO-DO con más tonos sepias que rojos: González, Guerra, Zapatero, Rubalcaba, Bono… El mitin de Ifema recordaba a esos decadentes espectáculos de Las Vegas, donde viejas glorias se arrastran por los escenarios suplicando que no se les olvide. Las sonrisas de anuncio de dentífrico estaban aseguradas, especialmente entre los ocupantes de la primera fila, aunque por dentro supiesen que asistían a una maniobra desesperada de resucitación política para evitar que el partido fundado por Pablo Iglesias el Viejo terminase con sus huesos en la morgue electoral.
Sin embargo, todas las encuestas que se han realizado entre la militancia señalan que la presidenta andaluza concita un respaldo interno ciertamente modesto. Pedro Sánchez le supera cuatro a uno entre los afiliados, una ventaja que contrasta con el avasallador apoyo que la candidata sevillana recibe en los despachos. Parece evidente que el secretario general defenestrado ha conseguido capitalizar entre las bases la imagen de un héroe sencillo que se enfrenta a los poderosos, de un David indomable que lucha sin apenas recursos contra el sistémico Goliat, de un idealista Jefferson Smith en una nueva versión de Caballero sin espada. En este sentido, la cruzada que han iniciado los medios conservadores en favor de Susana Díaz puede convertirse en un auténtico regalo para el madrileño: un ataque de La Razón o 13TV vale mil veces más que un aplauso de Público o La Sexta.
¿Y qué pinta Patxi López en medio de este duelo? Es cierto que atesora cierta experiencia institucional, tras haber pasado por Ajuria Enea durante una solitaria y estéril legislatura, aunque aquel gobierno cogido con pinzas fuera la estricta consecuencia de dos factores excepcionales: en primer lugar, la expulsión judicial de la izquierda abertzale del seno del Parlamento Vasco, cuyo efecto inevitable fue la conformación de una cámara con una composición dudosamente representativa de la realidad política de Euskadi; y por otro, de un pacto forzado con el PP para lograr, aunque fuese de forma efímera, el nombramiento de un lehendakari que no perteneciera al PNV por primera vez desde los tiempos de la II República. En cualquier caso, cada vez resulta más sospechosa su presencia en esta carrera hacia las primarias, con sus mítines de sala de estar. Posiblemente nos encontramos ante una simple liebre de Ferraz, encargada de entretener al díscolo Sánchez hasta la aparición estelar de Susana Díaz, con toda su flota política y mediática lista para el combate (y que quizás reporte al portugalujo una futura posición de privilegio en el partido, tras aceptar ser engullido por la candidatura oficialista).
El show de la Campos que organizó el PSOE el pasado domingo no tenía exclusivamente como objetivo respaldar a Susana Díaz en su camino a la secretaría general, sino sobre todo evitar el definitivo colapso de una formación que sólo es una sombra de lo que fue. Los estrategas socialistas han llegado a la conclusión de que jamás ganarán unas elecciones con Pedro Sánchez como cabeza de cartel, por lo que decidieron subir al desván de Ferraz para desempolvar algunas antigüedades de la familia, por si pudieran funcionar como desfibrilador para este partido agonizante. Habrá quien cuestione la efectividad de este déjà vu electoral, teniendo en cuenta que la imagen de González es puro bromuro para el votante joven de izquierdas. Sin embargo, también es cierto que revisitar el Hall of Fame socialista puede alimentar la ficción de que el PSOE está actualmente en condiciones de asaltar la Moncloa: como dijo Sun Tzu hace casi tres milenios, “si estas lejos del enemigo, hazle creer que estas cerca”.
Aun así, es probable que la cúpula socialista haya acertado con el diagnóstico de la situación: el flanco izquierdo del espectro electoral está copado por Podemos, una formación emergente que deja poco espacio para un PSOE que pretenda escorarse demasiado a babor. Por contra, el centro izquierda ofrece una zona despejada y confortable en la que acampar durante los próximos años. Parece razonable defender, por tanto, que la supervivencia de la formación pasa por interiorizar un mensaje moderado y transversal, alejado de épicas y maximalismos, que permita pescar en el caladero centrista. Sin embargo, ¿es Susana Díaz lo mejor que tienen en Ferraz para iniciar esta nueva etapa? La actual presidenta andaluza representa para millones de españoles la imagen paradigmática de aquello que detestan de nuestra clase política: una experiencia profesional nula fuera del partido, un expediente académico peor que discreto, un discurso demagógico y hueco como pocos, una imagen casposa de viejo aparato clientelar, unos vínculos evidentes con casos de corrupción multimillonaria... Demasiado lastre para captar nuevos votantes, especialmente entre jóvenes, urbanos e informados.
Por último, la presencia en Ifema de algunos dirigentes presuntamente renovadores (como Ximo Puig o Eduardo Madina) sorprendió a aquellos que olvidan con frecuencia una realidad consustancial a nuestro actual modelo representativo: los partidos políticos funcionan hoy como una gran estructura empresarial, con un consejo de administración (la dirección), una plantilla (miles de cargos públicos y asesores distribuidos por todo el país), un número considerable de pequeños accionistas (los afiliados) y una gran masa de clientes potenciales (los votantes). Las bases exigen mayoritariamente que se respete la esencia del producto original, mientras la gestora entiende que este camino les conducirá a la quiebra, y quienes sólo saben vivir de la política temen por sus puestos de trabajo. Estrategia frente a ideología, interés frente a purismo, aparato frente a militancia, pragmatismo frente a idealismo. ¿Quién vencerá? Lo sabremos a finales de mayo.
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