Otra solidaridad

Soy negativo. Se trata de una buena noticia, claro, pero estaría más tranquilo si no fuera porque esa misma tarde había visto a Ragid, un joven que vive en la calle y no tiene qué comer ni dónde caerse muerto

29 julio 2021 08:19 | Actualizado a 29 julio 2021 08:24
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Salgo del laboratorio con escozor en la nariz, con los ojos calados de lágrimas, y tengo la extraña sensación de no saber del todo de dónde vienen. Lejos de ser una técnica, la PCR se ha convertido en un ritual más en nuestro día a día, del mismo modo que la mascarilla o el gel hidroalcohólico se han habituado como bártulos asociados a una buena salud, e incluso, a un buen estilo de vida. 

Términos que antes parecían fuera de todo escenario social han reaparecido: la idea de cuidado, de responsabilidad social o moral, o de respeto por el otro. De este modo empleamos una narrativa, una manera de decir, que podríamos designar como «solidaria», porque tiene en cuenta a los demás. Al mismo tiempo esto nos muestra lo siguiente: quien se ha vacunado o puede garantizar un riesgo inferior de contagio gozará de una menor deuda social frente a los que, por las razones que sean, no quieren o no pueden vacunarse. Está sucediendo: mientras que los vacunados van a ser reconocidos por su gesto de solidaridad, los no vacunados serán tachados de poco sensibles frente a una «lucha común», de imprudentes y en el peor de los casos, de desvariados del sistema. Se trata de una discriminación de baja intensidad que no resuelve nada, y que polariza los argumentarios.

Es sabido que el miedo moviliza nuestra especie para garantizar su perpetuación, y tanto las técnicas médicas como las vacunas dan fe de tal perpetuación. Esto último no quita que nos estemos convirtiendo en máquinas del deber, como apunta Lipovetsky, L., al servicio de una solidaridad desdibujada. Además de salvar vidas, la vacunación masiva pone en relieve un panóptico donde el deber está sujeto a una sola causa, y las demás, siguen existiendo a la sombra de la sociedad, a la sombra de nuestro cuidado.

Desde fuera nos vemos unidos frente al virus, como un equipo, y desde allí podemos ser solidarios bajo ciertas condiciones. Se trata de altruismo con miedo. Por dentro, sin embargo, no vemos lo que sucede fuera: estamos desarmados para señalar toda clase de atrocidades que necesitan, también, de nuestra lucha.

Por la noche recibo un mensaje en mi correo. Me llegó el resultado de la PCR. Soy negativo. Se trata de una buena noticia, claro, pero estaría más tranquilo si no fuera porque esa misma tarde había visto a Ragid, un joven que vive en la calle y no tiene qué comer ni dónde caerse muerto. Estaría mucho más relajado si pudiera vivir en un país donde no hubiera la frontera más mortal de Europa. Sí: estaría más tranquilo si al escribir no tuviera miedo de que un partido político publicara mi dirección y me amenazara. Estaría más tranquilo, sí, sin una Ley Mordaza. Entre muchísimas más. 

Ojalá este atisbo de solidaridad se haga destello de luz, e inunde nuestro mundo de la cooperación y el cuidado real que de verdad necesitamos. Porque no solo la vacunación está en nuestras manos. 

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