La nostalgia es un síntoma inequívoco de que una se hace mayor. Y con este tiempo ya plenamente otoñal y el cambio de hora a la vuelta de la esquina, algo de melancolía se hace casi indispensable. Más cuando hace dos días fue 21 de octubre de 2015. Ahora ya a nadie se le escapa que es la fecha en que Marty Mcfly viajaba al futuro en un DeLorean volador en ‘Regreso al futuro II’, después de que medios y memes lo hayan recordado hasta la saciedad.
Muchos se han dedicado a comparar la película con la realidad, para detallar en qué acertó y en qué no esta mítica saga de los años ochenta, que planteaba un futuro mucho menos oscuro que otros clásicos de la ciencia ficción, como ‘Blade Runner’. A mí, en cambio, me ha dado por recordar qué hacía yo cuando se estrenó la película.
Los que fuimos a la EGB en una escuela de pueblo jugábamos en la calle. Algún coche pasaba, pero lo justo para molestar nuestras idas y venidas construyendo cabañas, volando en bicicleta o emulando a la resistencia de ‘V’. Para quedar con los amigos, les llamabas a casa. Y si no podías hablar con ellos inmediatamente, no pasaba nada, porque ya te los encontrarías más tarde. Y en el cine del pueblo, los domingos por la tarde ponían sesión doble.
Muchos de los que pasábamos las tardes de los festivos frente a la gran pantalla, ahora treintañeros largos o cuarentones, nos volveremos a ver pronto en un cine (esta vez en 3D) para disfrutar como niños de la nueva entrega de la Guerra de las Galaxias. Que la fuerza nos acompañe.