El Día de la Mujer que hoy se celebra en todo el mundo tiene aún mucho de reivindicación. No puede ser de otra forma, toda vez que, aunque es verdad que hemos avanzado mucho, estamos aún muy lejos de la igualdad real y efectiva.
Sí, es verdad que ya no hacemos como en la Asiria de hace 2.000 años, donde si una mujer era violada, su padre podía violar a la esposa del violador como castigo. O sea, que las mujeres siempre pagaban.
Ni en la Inglaterra medieval, donde, a pesar de que la ley castigaba la violación con la pena capital, el jurado nunca quería aplicar la pena porque se creía que las mujeres eran seductoras que querían o merecían ser violadas. Afortunadamente ya no estamos en la Edad Media; aquella época tan oscura culminó en el siglo XV, pero aún ahora, en pleno siglo XXI, vemos que ciertos prejuicios son difíciles de borrar del ADN de las sociedades, por muy avanzadas que se crean.
Sobran los ejemplos, pero quizá el más reciente es el de la modelo británica Nicola McLean, quien denunció que fue agredida sexualmente mientras le hacían un masaje terapéutico y la policía –se supone que está para proteger y defender a las víctimas– respondió preguntándole qué llevaba puesto, haciéndola sentir culpable de la agresión.
¿Y aún nos preguntamos por qué tantas víctimas de violación no denuncian a su agresor o agresores? Sí, me temo que, lamentablemente, aún hay demasiados motivos para reivindicar la igualdad. El 8 de marzo y cada día.