El mítico Payaso Enrico (Joan-Enric Miquel), todo un pelacanyes, lanzó el pasado jueves en sus redes sociales la siguiente propuesta: «Probablement, som moltes les i els tarragonins que veuríem amb bons ulls que l’inoblidable Eduard Boada i Pascual (1942-2024), també tingués la seva estàtua al nostre primer passeig. Fins i tot, tinc fundades esperances que es podria finançar amb una suspcripció pública. Ens va alimentar amb els seus famosíssims entrepans i també amb les seves cròniques del dilluns de cada setmana al Diari».
Enrico se refiere a las efigies del Avi Virgili, que descansa en un banco de la Rambla, y de Josep Maria Jujol, que se yergue frente al Teatre Metropol que diseñó. No puedo estar más de acuerdo. Aparte de su cálida conversación y su indudable sapiencia culinaria en el arte del slow food bocata, Eduard Boada tenía una virtud rarísima en los tiempos que corren: generar unanimidad. La propuesta de nombrarle pregonero de Santa Tecla tuvo en su día el ok inmediato de todos los partidos del Ayuntamiento de la época: desde el PP a la CUP.
Disiento de Enrico, sin embargo, en la financiación mediante suscripción popular. Creo mejor que el consistorio sufragase el que sería un nuevo atractivo fotográfico para locales y foráneos. ¿Se imaginan una estatua de bronce con Eduard asomado a su legendaria plancha?