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Voracidad del ogro blanco

Afortunadamente hasta ahora ningún ataque del gigante blanco se ha dirigido a países acogidos bajo el paraguas del occidente

13 mayo 2022 10:58 | Actualizado a 13 mayo 2022 12:52
César Pastor Díez
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El coloso insaciable sigue engullendo territorios vecinos cuyo único delito consistía en ser pequeños e indefensos. Algunos países amigos les habían enviado grandes dosis de apoyo moral y toneladas de armamento.

El apoyo moral no les sirvió para nada, y en cuanto al armamento recibido, como era lamentablemente previsible, ha ido a engrosar los arsenales del ogro invasor, que ha arramblado con todo lo que tuviera un mínimo de utilidad, incluidas las armas y las mujeres a las que violar, unas mujeres que tuvieron arrestos para empuñar un fusil y defender a tiro limpio su virtud y su territorio.

He visto fotografías de ciudades por donde pasó el coloso y dejó tan solo rastros de tierra quemada, unas ciudades donde únicamente las paredes maestras de los edificios han quedado en pie, con todas las ventanas vacías, sin cristales, que en conjunto presentan la apariencia de cadáveres insepultos con los ojos abiertos clamando al cielo, y ahora no son más que ciudades fantasmas donde no quedó más vestigios de humanidad que algunas personas muertas abandonadas sobre el suelo embarrado de sus calles.

Pero, según parece, el coloso no quedó satisfecho con el tétrico panorama descrito, sino que ahora, tras sufrir algunos zarpazos inesperados de sus víctimas, amenaza con la tercera guerra mundial. Recuerdo que en cierta ocasión preguntaron a Einstein cómo sería la tercera guerra mundial, a lo que el científico respondió: «No sé cómo será la tercera guerra mundial, pero le aseguro que la cuarta será a pedradas».

Afortunadamente hasta ahora ningún ataque del gigante blanco se ha dirigido a países acogidos bajo el paraguas protector del occidente, con lo que la temible alusión a la tercera guerra mundial ha ido moderando su tono, pero, quién sabe, puede producirse algún error de cálculo que convierta el globo terráqueo en una bola de llamas y cenizas.

Hubo un tiempo en que ciertos países con escaso territorio y con exceso de habitantes no tenían más remedio que lanzarse a la conquista de territorios ajenos donde encontrar cabida, materias primas y alimentos. En este sentido recuerdo una cancioncilla que mi suegra solía entonar:

A la Xina i al Japó

hi ha una gran revolució...

Fue una revolución que duró hasta que Japón consiguió mantener su crecimiento vegetativo en niveles tolerables para él y para sus vecinos asiáticos. En ese momento el imperio nipón abandonó el territorio de Manchuria del que se había apoderado en tiempos de necesidad vital.

Hoy día, metidos de lleno en el siglo XXI, la ciencia y la técnica están ya en condiciones de producir alimentos para toda la humanidad, por lo que el problema de la hambruna como casus belli no es tan agobiante como lo fue en otras décadas. Pero ahora resulta que los países pobres reclaman también armamento y aviones para defenderse de la voracidad territorial de ciertos ogros blancos que campan por ahí sin que nadie les meta mano.

Sin embargo, algunos de los ogros poderosos e insaciables, acostumbrados a engullir ciudades y territorios, siguen plantando sus sucios reales en nuevas tierras y ciudades imponiendo sus pendones y oriflamas en todos los pueblos invadidos.

Todo ello parece posible por la existencia de dos mundos antagónicos aunque todavía no enfrentados directamente: uno euroasiático y el otro euroamericano. Pero los caballos del Apocalipsis siguen enjalbegados con sus jinetes protegidos con corazas y yelmos y con sus lanzas en posición horizontal, prestos a escuchar la voz de ataque, que puede producirse en el momento menos pensado.

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