Europa ha dado el primer paso en una apuesta por la inteligencia artificial (IA): las fábricas de IA, concebidas como ecosistemas de alto impacto donde supercomputación, talento y datos convergen para impulsar la innovación. La idea es ambiciosa. Estas ‘fábricas’ en realidad son ecosistemas que no se limitan a desarrollar modelos de IA avanzados; buscan cerrar la brecha entre investigación y aplicación, convirtiéndose en catalizadores de soluciones prácticas para sectores clave como la salud, la manufactura, la energía y el medio ambiente. Pero, para que esta visión se cumpla, es esencial que estén alineadas con las necesidades reales de la industria y no se conviertan en islas tecnológicas al entorno de superordenadores desconectadas del tejido productivo.
El éxito de estos ecosistemas de innovación de IA depende de su capacidad para traducir la innovación en impacto económico tangible. Europa no puede permitirse que estas infraestructuras queden atrapadas en un ciclo de experimentación sin resultados prácticos. Es aquí donde entra la necesidad de una conexión robusta con la industria, para que las empresas puedan acceder a sus recursos y aprovechar sus capacidades en proyectos concretos.
Según el Informe Draghi, la verdadera fortaleza de estas fábricas radica en su capacidad para ser nodos interconectados. Esto significa no solo compartir recursos tecnológicos entre países europeos, sino también fomentar la transferencia de conocimiento entre la academia y la industria y por ello propone un plan de prioridades verticales de la IA a través de los diferentes sectores estratégicos como la automoción, robótica, energía, telecomunicaciones, aeroespacial, agricultura, defense, medioambiente y farma y salud.
Las fábricas de IA necesitan atraer y formar especialistas capaces de trabajar en proyectos que vayan más allá del laboratorio. Esto implica crear incentivos no solo para los investigadores, sino también para los profesionales de la industria que puedan actuar como puentes entre el conocimiento teórico y su aplicación práctica.
Además, la integración de las fábricas con plataformas de validación tecnológica, puede ser un acelerador clave. Estas instalaciones ofrecen a las empresas la posibilidad de probar y adaptar tecnologías antes de lanzarlas al mercado, fortaleciendo la conexión entre innovación y resultados comerciales. Es necesario diseñar mecanismos claros que permitan a las empresas, especialmente a las pequeñas y medianas, acceder a los recursos de estas fábricas. Si Europa quiere que las fábricas de IA se conviertan en motores de innovación, debe garantizar que sus aplicaciones lleguen a mercado.
La Comisión tiene previsto poner en marcha las primeras a principios de 2025. De momento se han presentado 7 al entorno de los superordenadores. Las fábricas de IA son una apuesta estratégica que podría colocar a Europa en el centro de la revolución tecnológica. Pero su éxito no dependerá solo de su capacidad para desarrollar tecnologías avanzadas. Serán verdaderos motores de innovación solo si logran integrarse profundamente en la industria, responder a sus necesidades y generar soluciones que transformen los sectores productivos.
El futuro de la competitividad europea no radica únicamente en la capacidad de innovar, sino en la habilidad de convertir esa innovación en impacto económico y social y por eso debemos convertirlas en motores de innovación y no en islas tecnológicas.
PD: En la era del humanismo tecnológico, cuidado con los tóxicos, trepas, troyanos y trolls y rodearos SINERGENTES que siempre suman aptitudes, equipo y valores.