En Yalta, en febrero de 1945, Stalin, Roosevelt y Churchill, aliados contra el nazismo, se repartieron el mapa en ‘áreas de influencia’. Poco después Churchill ya no era primer ministro y Roosevelt había muerto, así que en Potsdam se sentaron Stalin, Truman y Atlee.
Antes de morir en su finca de Warm Springs (Georgia), Roosevelt ya se había desengañado de Stalin. Dando un puñetazo a su silla de ruedas, exclamó: «O no ejerce el control de su país o no es un hombre de palabra». Stalin sabía lo que hacía. Cuando su ministro Mólotov le expresó su temor de que hablar de ‘influencias’ era demasiado abstracto, contestó: «No te preocupes, lo haremos a nuestra manera».
Putin ha heredado este modo de hacer. Más grave aún es que Trump se lo haya comprado.