Los debates entre quién escribe bien y quién escribe mal son interminables. Escribir bien no es sinónimo de contar una buena historia, ni tan siquiera de que aquello que está tan bien escrito interese a nadie. La voz del escritor es una, y hace lo que puede con las conjugaciones y las puntuaciones. Un día, en Buenos Aires, una tarde mejor, porque en Buenos Aires siempre es mejor la tarde que la mañana, Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges tienen la siguente conversación: Sábato afirma que «siempre se dice que Cervantes escribía mal, como mal escribía Dovstoyevsky, pero si ese escribir mal ha servido para dejarnos El Quijote o Crimen y Castigo, tan mal no estará. Escribían lo necesario para sus fines». Así es don Ernesto, escribir lo necesario es la fórmula mágica, ni un adjetivo de más, ni una metáfora de más. Y Borges le responde: «Quevedo hubiera podido corregir cualquier página de Cervantes, don Diego de Saavedra Fajardo también, como también lo hubiera podido hacer Lope de Vega, pero ninguno de ellos hubiese podido escribirlas. Porque corregir una frase es sencillo, pero escribirla es otra cosa». Ese es el meollo, en la vida, corregir, es casi lo más sencillo, a toro pasado, todos somos Manolete (no sé si son políticamente correctas estas expresiones). Volvamos al refranero: sólo a quién hace tortillas, se le rompen los huevos. Mucho corregir y poco escribir. Mal.
Corregir
25 septiembre 2024 23:20 |
Actualizado a 26 septiembre 2024 07:00
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