Cada uno tiene derecho a su película preferida. Yo tengo derecho a tres. Una de ellas es La vida de Brian. Casi imposible de imaginar hoy en día que un guion así pueda prosperar en ninguna productora (cómo cuesta imaginar que directores como Luis García Berlanga o Pedro Almodóvar pudiesen encontrar quién los financiara en esta sociedad obsesionada con el Quedabienismo absoluto). La anécdota, sin embargo, es ejemplificadora.
Cuando Los Monty Python tenían ya el guion listo, se encontraron con las productoras cerradas a cal y canto para su proyecto. Nadie quería gastarse 2 millones de libras o 3 millones de dólares de la época en un delirio como era La vida de Brian. Ni ahora, ni entonces. Ni en los EEUU ni el Reino Unido. Pero la casualidad quiso que el guion llegase a las manos de George Harrison. El mismo. El Beatle más Beatle de todos los Beatles, que decidió prestarles el dinero hipotecando su casa. «¿Por qué?», le preguntaron, «porque quiero ver la película. Leyendo el guion he reído tanto que me he caído de la cama». Típico de Harrison. Auténtico.
Y fue gracias a George Harrison, el Beatle más Beatle de todos los Beatles, que el resto de la humanidad (o al menos una parte) podemos continuar riéndonos hasta el ahogo, las lágrimas, y caernos de la cama.