Alain Delon

La belleza existe. Sólo hace falta abrir la ventana y mirar al cielo. Un árbol, un grano de arena, una gota de rocío. Eso es la belleza. Pero ser guapo o guapa es otra cosa. Los guapos son raros como el tugnsteno. Como los diamantes perfectos. Ser guapo no es normal, es, casi, una mutación genética. Dicen que los únicos pueblos guapos de verdad son los holandeses y los masai. También son los únicos que digieren la leche sin problemas proque algo hay en su metabolismo. Pero estaremos de acuerdo en que si miramos a nuestro alrededor no encontraremos a los guapos. A los pasables, a los noestámal, a los atractivos. Guapos, no. Porque la guapura tiene algo de diabólico. El diablo, si existe, es guapo. A Dios, si existe, no le hace falta serlo. Alain Delon fue durante mucho tiempo el hombre más guapo del mundo. Sin contestación. Su vida privada fue más o menos un desastre, sus opiniones políticas más que deplorables, pero era el más guapo. En ‘El Gatopardo’ de Visconti o en ‘La piscina’ junto a Romy Schneider, era imposible no rendirse a la evidencia de que Delon era de otro mundo. Murió ayer, pero hace tiempo que él había desaparecido. Ese es el precio. Ser guapo no dura. El tiempo es su asesino.