Ha llegado septiembre, ha comenzado el nuevo curso escolar y han vuelto los grupos de WhatsApp de padres, con todos los quebraderos de cabeza que eso implica. Lo sabe muy bien mi amiga Amaia, y eso que apenas lleva dos días de cole.
«Mira –dice mientras me muestra la pantalla de su móvil–; un padre pregunta si alguien tiene la chaqueta de chándal de su hijo y hay veinte respuestas diciendo que no. Y claro, yo recibo veinte notificaciones mientras estoy trabajando. ¿No sería más razonable que solo le conteste quien tenga la dichosa chaqueta?». Y mientras se queja, el smartphone no para de hacer clink, clink, clink...
En esta ocasión una madre ha compartido una información y todos y cada uno de los miembros del grupo contestan «gracias». Los mensajes se acumulan en la bandeja de notificaciones y Amaia está a punto de apagar el móvil. Entonces llega otro mensaje. Es una madre que se queja amargamente de que la tutora de la clase se ha negado a darles su número de móvil, ya que considera que para hablar de temas de la escuela ya existen vías de comunicación a través del colegio, como el correo electrónico escolar o el teléfono del centro, y que no quiere que haya padres que la vayan a escribir por la noche o fuera de su horario laboral.
Y el móvil vuelve a hacer clinck, clink, clink de forma tan impertinente que Amaia no lo aguanta más y escribe: «Totalmente de acuerdo con ella», y el siguiente mensaje lo reciben todos los demás padres: «Amaia ha salido del grupo».