Frente al sueño americano, el recién investido presidente de Kenia, William Ruto, antepone el ‘sueño keniano’, del que se declara máximo exponente, no en vano se presentó como el «hijo de un don nadie» en la carrera electoral, en la que acuñó la frase «Nación de buscavidas» en alusión a los millones de jóvenes sin empleo que hacen malabarismos para –literalmente– buscarse la vida.
Es verdad que se trata de un hombre hecho a sí mismo, aunque en esta construcción se haya valido de artimañas no siempre ejemplares. Nacido en el seno de una familia muy humilde, de niño solía vender pollos a camioneros en carreteras.
Tras graduarse en 1990 en Botánica y Zoología, trabajó como maestro y en 1992 entró en política. ¡Y zas!, se obró el milagro: cinco años más tarde logró un escaño en el Parlamento, catapulta de una trayectoria meteórica.
En 2013 concurrió a los comicios como compañero del expresidente Uhuru Kenyatta –habían sido adversarios–. Fue un matrimonio de conveniencia, pues sobre ambos pesaba una acusación de la Corte Penal Internacional por crímenes contra la humanidad por supuestamente alentar la violencia tras las elecciones de 2007 –hubo más de 1.100 muertos–.
Casado y padre de seis hijos, el líder de la «nación de los buscavidas» posee más de 3.000 hectáreas, cinco helicópteros, dos hangares, dos hoteles, tres residencias privadas, una compañía de gas y una granja avícola. Ya ven, nada como meterse en política para prosperar. ¿Les suena?