El fútbol se ha convertido en el líquido amniótico en el que vive flotando la sociedad moderna. Las noticias que genera el deporte-espectáculo-’bussines’ actúan como un colchón emocional contra el estrés de la política, la escalada sin tope del coste de la vida, la angustia de la cuota hipotecaria o los deprimentes lunes al sol de millones de parados.
Pero en contra de lo que ha sucedido otros veranos con la irrelevante inundación de titulares sobre el anual baile de fichajes, este año se está produciendo una brutal transformación de fondo. Los petro-Estados árabes han saltado la banca del fútbol mundial con contratos estratosféricos de jugadores legendarios en el final de su carrera. Han montado una liga árabe en la que el fútbol, como tal, es lo de menos, en beneficio de un proyecto de blanqueo de las monarquías del Golfo. Los efectos colaterales de semejante inundación de petrodólares en el negocio son impredecibles, pero de momento han encarecido el mercado a unos niveles insoportables que ni los derechos televisivos son capaces de absorber.
En el golf ha sucedido algo similar y muchos grandes jugadores han elegido el oro en lugar de la gloria deportiva. Arabia Saudí, Catar, Emiratos, están funcionando como una gran aspiradora de talento deportivo, otra cosa es que logren también redirigir el foco mediático a sus competiciones.
De momento, el nivel de sus eventos, no logra, a pesar del tsunami de dinero regando medios de comunicación, atraer al gran público. Ni siquiera a sus propios aficionados. Uno de los últimos partidos jugados por Karim Benzemá, con su club Al-Ittiad, se celebró en un estadio a 43 grados de temperatura, con siete mil espectadores, a muchos de los cuales les habían regalado la entrada.
La otra gran transformación de fondo que se ha producido este verano es el Mundial de fútbol femenino. En todo el planeta van a surgir cientos de miles de jugadoras, de competiciones, de pugnas deportivas y, por supuesto, de negocio.
La explosión del deporte rey practicado por mujeres atraerá también millones de espectadores que probablemente se restarán a la versión masculina o, en el mejor de los casos, aportarán nuevos espectadores a los estadios. Más allá de la trascendencia sociológica del título conseguido por la selección española en Australia, el fútbol femenino se viste de largo y reclama con fuerza un lugar sin complejos.
Únicamente la torpeza sexista del presidente de la federación, Luis Rubiales, ha servido de contrapunto a una gesta en la que el paso hacia la igualdad no tiene vuelta atrás.