Las terapias de política económica contra la gravísima crisis desencadenada por la covid-19, que ha paralizado actividades vitales como el turismo, un sector especialmente significativo en la demarcación de Tarragona, o los transportes y ha generado una tremenda recesión global, de la que apenas China se ha salvado, han ido todas en la misma dirección: insuflar en el sistema productivo grandes cantidades de dinero para mantener vivas las empresas viables y proceder al mismo tiempo a una modernización del sistema productivo.
Un sistema productivo que se encuentra en un momento crítico porque convergen la necesidad de atacar el cambio climático mediante la descarbonización, y de acelerar la digitalización; tendencias que requieren asimismo un gran esfuerzo en formación, para que las sociedades se adapten sin tensiones a los cambios. Así lo ha hecho la Unión Europea mediante los fondos Next Generation, y así lo han hecho también Estados Unidos.
El ex presidente de EEUU, el polémico Donald Trump, inició la distribución de un gran caudal de fondos de rescate y su sucesor, el moderado Joe Biden ha anunciado más recursos: 1,9 billones de dólares para la recuperación a fondo perdido y 2,3 billones de dólares para renovar las infraestructuras, en este caso mediante los recursos obtenidos de una subida de impuestos a los ricos y sobre el beneficio de las sociedades.
Esta unanimidad eficaz, que ya empieza a dar resultados, muestra descarnadamente y de forma retrospectiva el gran error global que se cometió al abordar la crisis de 2008, cuando en lugar de aplicar las medidas keynesianas de impulso a la economía, se hizo todo lo contrario: se aplicaron políticas de austeridad que generaron miseria, hambre y desigualdad. El temor a la inflación por la sobreabundancia de recursos lanzados al mercado se ha visto infundado; y es de desear que los economistas hayan aprendido para siempre cómo se combate una recesión.