Tal y como afirman un número creciente de investigaciones, la desigualdad se estructura en diferentes ejes entre los que destacan la clase social, el género y la etnia. La adscripción en un lugar u otro dentro de estos ejes condiciona, de una manera muy significativa, cosas como el poder adquisitivo, el rendimiento académico o la esperanza de vida al nacer. De esta manera una mujer nacida en el seno de una familia de origen humilde y proveniente de una etnia y cultura históricamente discriminada tiene, estadísticamente hablando, menos posibilidades de éxito en la vida que un hombre de familia acomodada y etnia históricamente dominante. Así pues, factores que vienen determinados por la suerte al nacer conducen a desigualdades que no dependen únicamente del mérito o la capacidad de esfuerzo y sacrificio de las personas. Una realidad injusta que requiere ser mitigada mediante la creación, por parte de los poderes públicos, de iniciativas encaminadas a evitar la reproducción social de la desigualdad. Concepto ampliamente desarrollado en el ámbito de la sociología y que, simplificando mucho, no es otra cosa que el hecho de que la desigualdad pase de padres a hijos.
Las diferentes combinaciones entre los distintos ejes de desigualdad inciden también en el grado de discriminación y estigmatización social. No es lo mismo ser negro de clase acomodada que negro de clase humilde. El policía que ahogó a George Floyd el pasado 25 de mayo en Minnesota probablemente le pediría un autógrafo a Michael Jordan. Es por ello que la revuelta que se ha levantado tras este acto totalmente repudiable va más allá de lo racial y del hecho concreto. Es una lucha donde subyacen motivos socioeconómicos, relaciones de poder y opresión social. Llueve sobre mojado.
Se da la situación de que Minnesota es uno de los estados norteamericanos con menor tasa de pobreza pero, a su vez, también es uno de los estados donde la brecha de desigualdad entre blancos y negros es más acusada. Es lo que los expertos denominan la «paradoja de Minnesota». Una sociedad próspera pero con una de las mayores tasas de desigualdad entre blancos y negros. Pese a la acuciante desigualdad, sigue siendo una sociedad que mayoritariamente se posiciona en contra de realizar políticas de integración porque las consideran inconstitucionales al discriminar «positivamente» a los negros.
Esta misma lógica nos retrotrae al argumentario utilizado en nuestro país por la extrema derecha, y la derecha no tan extrema, para posicionarse en contra de las políticas de género que combaten las desigualdades entre hombres y mujeres. También utilizan argumentos parecidos para desechar el ingreso mínimo vital o para acusar a los y las magrebíes de llevarse todas las ayudas sociales.
Pese a estar más que demostrado que nadie se lleva una ayuda en nuestro país por su origen étnico, sino por su condición socioeconómica, algunos ideólogos de lo reaccionario optan por obviar deliberadamente esta realidad, encender la llama del odio y propugnar la lucha del último contra el antepenúltimo del escalafón social, con el único objetivo de sacar rédito político.
Desafortunadamente estos discursos calan en amplios espectros poblacionales, fruto del desconocimiento absoluto de cómo se produce y reproduce la desigualdad en todos sus ámbitos.
Esta situación tiene repercusiones puesto que la demanda de políticas sociales está claramente condicionada por la percepción que la ciudadanía tiene de la desigualdad social. Si dichas desigualdades son percibidas como justas, en el sentido de que dependen del esfuerzo individual y del mérito del propio individuo, es más difícil aplicar políticas redistributivas. Por lo tanto, a medida que las corrientes ideológicas conservadoras ganan hegemonía, disminuyen las políticas destinadas a combatir los factores que generan la desigualdad en origen.
Es por ello importante hacer mucha pedagogía para ganar el relato. Los discursos cuando se tornan hegemónicos generan realidades. Para conseguir políticas redistributivas capaces de combatir los ejes de desigualdad y permitir una verdadera movilidad social ascendente, es imprescindible ganar la partida al relato de que la desigualdad es única y exclusivamente fruto del empeño personal. Es preciso hacer entender que no todo el mundo nace con un pan bajo el brazo. Que, como cantaba Barricada, el sol no calienta por igual en todas las cabezas.