Chesterton decía en 1904 que el tiempo está dividido de forma que cada tanto nos llevemos «un sobresalto o una sorpresa». Así ocurre al empezar un nuevo año, «una de las grandes obras maestras del hombre, [pues] tendemos a cansarnos de los esplendores más perdurables, y una marca en nuestro calendario, o quizá un batir de campanas a medianoche, nos recuerdan que hemos sido creados sólo recientemente», prosigue el escritor inglés en su artículo El 1 de enero.
Estos «dramáticos renacimientos», sigue, rompen la monotonía y el aburrimiento. Sí, el cambio de año es un invento. Pero, entre risas y abrazos, también nos empuja a mirar atrás y atrevernos a imaginar qué podría ser diferente. Eso incluye la determinación de recomenzar de nuevo: el mundo es de los audaces y es justo dar espacio a la osadía y el coraje, a la magnanimidad y al optimismo. Hasta una figura pesimista y agria como el filósofo alemán Friedrich Nietszche publicó este audaz propósito en 1882: «¡Quiero ser algún día alguien que sólo sepa decir ‘sí’!».
La convención del Año Nuevo tampoco puede ocultar que la vida no se detiene ni entiende de calendarios. Lo bueno probablemente seguirá siendo bueno; lo complicado, complicándonos. Pero mucho depende de nuestra libertad. Mucho está en nuestras manos. Siempre lo ha estado. De hecho, las fiestas que celebramos estos días tienen su origen histórico en los avatares de una familia que refleja las realidades de millones de personas de hoy. Jesús, María y José eran viajeros forzosos, experimentaron la precariedad laboral y encontraron puertas cerradas, como tantos que hoy sufren la falta de vivienda digna o la carencia de una atención sanitaria adecuada. También fueron víctimas de persecución política, como innumerables refugiados que buscan un lugar seguro. Las desigualdades persisten: la falta de empleo estable, la migración forzada, el acceso limitado a recursos esenciales... Pero también abundan las muestras de solidaridad de personas y colectivos, como se ve, por ejemplo, en los perfiles de los participantes en la Bona Gent de Tarragona.
Navidad y Año Nuevo nos interpelan a construir comunidades más acogedoras y a no ser indiferentes ante la injusticia. Señalan que, incluso en las circunstancias más adversas, puede nacer la luz. Parte de ese milagro depende de nosotros mismos. ¡Feliz 2025!