Dicen que no cambió la costumbre de levantarse a las cinco de la mañana y salir a correr. Repetir costumbres, insistir, tozudez y constancia. Seguramente también algo de previsibilidad. El nuevo president de la Generalitat no se ha salido del guion y ha hecho lo previsible. Ha dejado toda la imprevisibilidad, la exageración y el escapismo a Carles Puigdemont que ayer nos brindó un ejercicio impecable, digno de los mejores de la historia al estilo Houdini o –por qué no– el Mago Pop (que seguramente pasó una jornada respondiendo mensajes más o menos graciosos). El retorno de Carles Puigdemont no fue tal retorno, sino un amago y una salida del cuadro. Al cierre de esta edición ni nosotros ni los Mossos d’Esquadra ni la Policía Nacional ni la Guardia Civil ni el juez Llarena ni el CNI conocemos su paradero. Le reconocemos la maestría aunque no acabamos de comprender cuál es el resultado político que se obtiene de tanta pirotecnia. Estamos abiertos a explicaciones que ahora se nos escapan.
El nuevo president de la Generalitat, el Molt Honorable Salvador Illa, obtuvo sus votos tras una interrupción provocada por Junts y bajo la incertidumbre que provocaba no saber si al final Puigdemont aparecería o no. Pero eso ya poco importa. Illa tiene que poner a prueba su talante negociador (que hasta sus adversarios le reconocen) y poner en marcha un gobierno que gobierne. No es una redundancia, es una necesidad. Los problemas de Catalunya son acuciantes, los retos son enormes y para algunos de ellos el tiempo se acaba. La reindustrialización, las energías renovables, la sostenibilidad, el campo, la sequía, la seguridad, la violencia machista, el acceso a la vivienda, preservar la lengua catalana. El orden en la lista no altera el producto, pero puede acabar por alterarnos los nervios.