París inauguró ayer sus Juegos Olímpicos con una estupenda ceremonia, a la altura de la historia y cultura de Francia, país que ha dejado y deja huella urbi et orbe. La emoción palpable, el espectáculo de las competiciones y la promesa de la unidad humana no deben impedir, sin embargo, la reflexión sobre lo que realmente implica este monumental evento.
La idea es noble y, sin ser aguafiestas, algunos aspectos merecen una mirada más crítica. En primer lugar, el coste de organizar unos Juegos es enorme en relación a la sustancia del evento. A menudo, se traduce en deudas que las ciudades anfitrionas cargan durante años. La promesa de un legado duradero a menudo se desvanece.
Muchas ciudades organizadoras han visto cómo sus instalaciones se convierten en elefantes blancos, sin un uso claro después de la gloria momentánea que proporcionan las tres semanas de Juegos. Tampoco podemos ignorar la gentrificación que a menudo acompaña a los grandes eventos deportivos.
El COI ha anunciado los Juegos de Esports (videojuegos), que financiará Arabia Saudí, que es a la tiranía lo que Francia a la libertad
Las promesas de empleo y desarrollo económico pueden ser insuficientes para compensar el precio que pagan los desplazados en nombre del progreso. Por otra parte, los Juegos exigen un desmesurado despliegue de medidas de seguridad, incluidos la movilización masiva de agentes y tropas y los controles a ciudadanos. Todo ello contrasta con el negocio del Comité Olímpico Internacional.
El comité organizador cifra en 4.380 millones de euros el coste total de París’24, importe que mayoritariamente aporta el sector privado, y un 4% el Estado francés. El COI ha explicado que ingresó 7.000 millones durante la olimpiada Tokio’21. Los beneficios para el COI son inmensos y no está claro si su destino coincide con los valores de la Carta Olímpica. El mismo COI ha anunciado los Juegos de Esports (videojuegos), que financiará Arabia Saudí, que es a la tiranía lo que Francia a la libertad. Los Juegos de París son ya un espectáculo impresionante. Hay que disfrutarlos. Sin perder de vista todas sus implicaciones.
