En los últimos tiempos y a raíz de la crisis de los precios de la energía provocada por la guerra de Ucrania pareciera que España ha ganado cierto peso en Europa. Que la denominada excepción ibérica que topa el precio del gas pueda ser ahora una fórmula que estudie la UE para implantar como solución de emergencia constituye un evidente activo del Gobierno, como lo es la postura de la CE favorable a gravar con impuestos los beneficios de las empresas energéticas para ayudar a los ciudadanos.
La complicidad que parece surgir en este momento entre España y Alemania apunta una interesante oportunidad para nuestro país. Veremos en qué quedan al final las expectativas del eje Madrid-Berlín, y si son capaces de vencer las resistencias de Francia, que mantiene sus reservas desde una estrategia nacionalista de defensa de su industria nuclear. El momento, condicionado por la excepcionalidad de la situación, pone de relieve la importancia de la sintonía política y personal entre el canciller alemán Olaf Scholz y el presidente Sánchez. Que ambos sean líderes socialdemócratas contribuye, además, a engrasar la relación. Que el dirigente alemán se encuentre en serios apuros ante el peligro de desabastecimiento por parte de Rusia a partir de las próximas semanas, también.
Porque esto introduce una cuña de enorme presión sobre Alemania, que sufre un serio peligro de colapso de su actividad económica que tendría efectos nefastos sobre el resto de la UE si al final se produce un gripamiento de su capacidad de ser la locomotora industrial y si esto tiene después efectos colaterales sobre la cadena de suministros. España puede jugar un papel relevante en esta coyuntura, por lo que sería de desear que se estableciera cierto consenso entre todos los partidos del arco parlamentario en pos de un bien común. Con un acuerdo amplio sería más fácil influir en Bruselas y afrontar los oscuros días que se avecinan. ¿Estarán a la altura nuestros políticos?