Hace un par semanas debió de producirse una tormenta solar, o algún fenómeno parecido, porque nuestra clase política pareció entrar en un estado de súbita ebullición trasversal y sincrónica: mociones de censura entre socios aparentemente bien avenidos, adelantos electorales para neutralizar el regate en corto, transfuguismos con tufo a compraventa de cargos, dimisiones tácticas en pleno naufragio de proyecto… Semejante espectáculo ha agigantado la brecha mental y emocional que ha separado tradicionalmente a nuestras élites institucionales del ciudadano de a pie, quien observa estupefacto una sesión de partidas simultaneas de ajedrez, donde el único y descarado objetivo es salvar a las figuras, mientras los peones somos carne de cañón. Sin duda, vivimos en la época del tacticismo y la jugada maestra, desvinculada del objetivo final de mejorar la vida de las personas. El intento de extraer una conclusión objetiva sobre quién es el bueno y el malo en este festival del disparate parece escasamente productivo, porque como ocurre casi siempre, estos roles se adjudican dependiendo del color del cristal con que se mira.
Efectivamente, desde la óptica de la izquierda, algunos dirigentes del nuevo Ciudadanos de Inés Arrimadas están intentando recuperar la centralidad abandonada de forma ostentosa (y suicida) por el ególatra Albert Rivera, quien pereció aplastado por el peso de su propia ambición, cuando intentó suplantar al PP como principal partido de la derecha. Por ello, varios cargos del partido naranja en diversas comunidades autónomas han respaldado explícita o implícitamente sendas iniciativas de los socialistas para desalojar del poder a los populares, cada vez más desacomplejados en su coqueteo con Vox, aunque dichas maniobras no están alcanzando el resultado deseado por diversos factores: en Madrid, por culpa de una artimaña reglamentaria de la presidenta autonómica, quien ha utilizado una herramienta de participación ciudadana como escudo táctico para impedir una legítima moción de censura; en Murcia, por un nauseabundo mercadeo de cargos que deslegitimará para siempre al PP cuando denuncie el transfuguismo; y en Castilla y León, porque la dirección del partido liberal ha impuesto a sus electos el mantenimiento del pacto con los populares, aunque el reciente abandono del grupo parlamentario de Ciudadanos por parte de la salmantina María Montero pone las cosas al rojo vivo. En paralelo a estos episodios, Pablo Iglesias ha sacrificado su vicepresidencia del Gobierno para presentar combate a Ayuso en los próximos comicios, consciente de que la batalla crucial en esta gran guerra se desarrollará probablemente en Madrid.
Sin embargo, la visión de este terremoto político desde la perspectiva de la derecha es diametralmente opuesta, entendiendo lo sucedido como una estrategia del PSOE para aprovechar ilegítimamente la descomposición de Ciudadanos en beneficio propio. Primero, los socialistas tentaron a los naranjas, desnortados en una tormenta de deserciones, para descabalgar de la presidencia murciana a López Miras incumpliendo el pacto de gobierno firmado en 2019, una traición afortunadamente abortada gracias a la coherencia de tres diputados liberales.
Las izquierdas maquinaron después el asalto al gobierno madrileño con nocturnidad y alevosía, otro sucio intento de defenestración que afortunadamente quedará en manos de la ciudadanía, gracias a la convocatoria urgente de elecciones para el próximo 4 de mayo. Y, por último, siniestras razones podrían favorecer que varios diputados naranjas de Castilla y León rompiesen su acuerdo de gobierno con los conservadores, de cara a la inminente moción de censura contra Fernández Mañueco, demostrando una deslealtad tan evidente como sospechosa. Para colmo, en medio de esta tragicomedia, Pablo Iglesias ha decidido abandonar el ejecutivo central (probablemente para tomar distancia de un gobierno que no ha respondido a las expectativas de la izquierda radical en diversos temas, por lo que debería dar cuentas a sus bases en unos previsibles comicios generales adelantados y poco halagüeños), y se ha decantado por atrincherarse en la Comunidad de Madrid, donde probablemente tenga cuerda mediática y salarial durante unos cuantos años más, aunque Podemos pase a mejor vida.
Sin duda, para gustos están los colores, aunque quizás sería posible realizar un esfuerzo por concretar un pequeño listado de conclusiones con vocación de objetividad. Por un lado, los grandes partidos están jugando últimamente con fuego, enredándose en estos bailes de salón que le traen sin cuidado a la inmensa mayoría de la población, sumergida en una crisis sin precedentes respecto de su salud, de su situación económica, de sus expectativas laborales, de su estado anímico, del porvenir de sus hijos… Si lo que buscan es desconectar de las verdaderas inquietudes de la ciudadanía, lo están haciendo de fábula. En segundo lugar, cuando uno planea asaltar el palacio de invierno, conviene realizar previamente un cálculo de probabilidades realista para no dejar al aire la zona donde la espalda pierde su santo nombre, porque una ofensiva frustrada consume energía propia y aumenta la autoestima del adversario. Y, por último, socialistas y populares deberían ser un poco más pulcros y sutiles en el proceso de deglución de los restos de Ciudadanos, porque las formas son fundamentales en política, y lo cierto es que la retransmisión de esta ofensiva debería prohibirse en horario infantil.
Quienes disfrutamos de los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente entendemos el futuro inexorable que le espera a un cadáver expuesto en tierra de depredadores, pero todos conocemos a personas que saben comportarse en la mesa, frente a otros que parecen ‘Saturno devorando a su hijo’ de Francisco de Goya. Señores de Génova y Ferraz, coman con la boca cerrada y no salpiquen, por favor.
Colaborador de Opinió del ‘Diari’ desde hace más de una década, ha publicado numerosos artículos en diversos medios, colabora como tertuliano en Onda Cero Tarragona, y es autor de la novela ‘A la luz de la noche’.