En las pandemias, hay tanta gente fallecida, que a veces no se les puede sepultar donde uno desea. Algunos, prefieren ser enterrados no donde fallecen, sino en sus lugares de residencia habitual u origen. Citaremos dos casos.
De peste, murió el día 11 de febrero de 1530, en Alcover, el arzobispo de Tarragona D. Pedro de Folch. La magnitud de la pandemia impidió que su cuerpo fuera trasladado a Tarragona, por lo que fue embalsamado y depositado en la iglesia hasta que el día 8 de noviembre pudieron mudarlo a la sede episcopal, en una marcha por caminos polvorientos.
Presidía el cortejo el duque de Cardona, su sobrino, y D. Antonio de Cardona, Gobernador de Catalunya. Les acompañaban 24 sacerdotes con sus sobrepellices, llevando cada uno un hacha de cuatro libras en la mano y cantando el salmo, in éxitu Israel.
La cruz del arzobispo precedía al cadáver. Muchos vasallos acompañaban los despojos. Llegando a Vilallonga, la villa abrió una de sus puertas -cerradas por la peste - para que pudiera salir su cura a cantar un responso.
Luego, la comitiva continuó hasta Constantí, penetrando el cortejo en la villa, donde el cura cantó también un responso pero además, se depositó el cadáver en la Iglesia, mientras los clérigos y acompañantes subían al castillo, en el qué el Duque de Cardona, les tenía preparada una esplendida comida.
Terminado el ágape, bajaron a la iglesia, recogieron el cadáver y se dirigieron a Tarragona acompañándoles el cura de Constantí hasta la Creu, fin del término, prosiguiendo el cortejo, por el puente del Francolí para llegar a la ermita de Santa Magdalena, cercana a la acequia mayor; allí descansaron más de una hora, mientras llegaba el abad de Poblet con algunos monjes y el prior de Scala Dei, con algunos religiosos.
Todos juntos cantaron algunos responsos. Luego prosiguieron el viaje, siempre escoltando al cadáver el Duque de Cardona, D. Antonio, gobernador de Catalunya y D. Juan de Cardona, vestidos de luto, acompañados de sus familiares, los «bayles» de las villas del campo, y demás vasallos, hasta llegar a la Seo de Tarragona, donde el arzobispo fue sepultado.
Francisco Puig nació en Vilallonga, hijo de Fco y Paula. Se hizo médico, ejerciendo en su villa natal. El día 26 de julio de 1625, se casó con Mariangela Folch, hija de Juan y de Tecla, mercaderes de Tarragona. El matrimonio tuvo una hija. Cuando en 1625 llegó la peste, era médico y concejal de la villa, por lo que tuvo que luchar contra la epidemia. Más tarde, trasladó su oficio a Valls, en donde residía su madre. Ésta, murió en 1629 de la infección. Su cuerpo fue trasladado a Vilallonga, para ser sepultada dentro de la iglesia, delante del altar de los santos Abdón y Senén.
Pocos meses después, en diciembre de 1629, fallecía de la misma epidemia su hijo, el médico Puig. Trasladaron su cuerpo en carro a Vilallonga, en un cortejo fúnebre presidido por dos frailes mínimos y dos sacerdotes. Pero antes de llegar a la villa, tuvieron que depositar el cadáver en la ermita del Roser, en espera de la licencia. El día 12 de enero de 1630 pudo por fin ser enterrado en la localidad.
¡Ojalá pudiéramos enterrar pronto al Covid-19! Desearía agradecer a todos aquellos sanitarios y demás profesionales que se han sacrificado en esa lucha para ayudar a los enfermos y personas confinadas en sus casas. No bastan los aplausos, que se los lleva el viento, sino recompensarles con un buen premio.
Para acabar, indicar que los medios de comunicación usan cada vez más la palabra anglosajona morgue, cuando aquí ya existe la palabra mortuorio.
RAFAEL ALBIOL MOLNÉ. Doctor en Medicina y Cirugía y dermatólogo, colaborador en libros médicos y de Historia de la Medicina