De ellos aprendí

Pintan bastos, claro que sí, pero también lo tuvieron muy jodido los jóvenes de principios del siglo XX que se quedaron sin juventud

14 febrero 2021 12:50 | Actualizado a 14 febrero 2021 12:59
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Los que tenemos la inmensa fortuna de tener salud –de momento- y críos no adolescentes, nos asombramos con la capacidad de normalizar lo que sólo para los mayores es extraño. Los pequeños no conocen nada más, por tanto, somos los adultos los que vivimos, sin querer, en esa necesidad de obtener brochazos sobre nuestras dudas, que colman nuestras convicciones cargadas de miedos e ignorancias.

Si a lo anterior añadimos que vivimos en una campaña electoral constante donde el totum revolutum sólo beneficia a los malos pescadores, podemos decir que la foto de este momento de la historia está quedando movida. Máxime si tienes la suerte de tener amigos que, sin estar de acuerdo, antes optas por un silencio eremítico que por un largo arañazo de pizarra.

Digo esto porqué, como sociedad, somos muy del aquí y ahora. Tendemos a utilizar el ayer como sustento sobre el que malinterpretar la nostalgia, y no para aprender de los errores cometidos. La prueba son los datos referentes a suicidios en menores de 45 años o el incremento constante de la venta de ansiolíticos.

Así, fruto de esta introspectiva, llevo un tiempo pensando en los que ya no están. Seguro que muchos de ellos, a pesar de todos los pesares, antes preferirían retozar en este lodazal desnortado que verlo desde el cielo. Por ello, haciendo un repaso mental de ausentes, me han venido a la mente algunos yayos que conocí.

Como sociedad, somos muy del aquí y ahora. Tendemos a utilizar el ayer como sustento sobre el que malinterpretar la nostalgia, y no para aprender de los errores cometidos

Concretamente, voy a referirme a dos de ellos. El primero, con la edad de un preyoutuber moderno, a los diecinueve años, la Guerra Civil le pilló en el bando rojo, haciendo las veces de conductor de camiones, abasteciendo en los distintos frentes por los que estuvo desde el sur de Catalunya hasta Almería. Sin pegar ni un solo tiro, decía.

El segundo, también del bando republicano, de la famosa quinta del biberón, sin apenas postrarse el arma al hombro, en el frente del Ebro ya fue herido de gravedad, pasando la guerra entre hospitales, barcos sanitarios y campos de concentración en el sur de Francia.

Ambos, cuando lograron volver a sus respectivos hogares, descubrieron que, a uno, el primero que era huérfano de madre, grupúsculos del bando nacional le habían matado al padre tabernero por, supuestamente, haber ayudado a los rojos durante la contienda. Y al otro, después de su periplo andando desde el país vecino, al poner medio pie en el pueblo, alguien lo denunció por haber estado en el frente y lo mandó de vuelta una temporadita más a un campo de concentración de una ciudad cercana con nombre de reo.

Pues bien, estos avis, cada uno a su manera, uno más hablador y elocuente con su pasado, el otro siempre reservado, obviando lo sufrido, hicieron su vida. El que fue chófer se casó con una joven con el pensamiento más cercano a los que mataron a su padre, sin que nada de esto fuera impedimento para forjar su unión. El combatiente herido, también formó su familia con otra muchacha de su mismo pueblo, la cual le esperó y luchó para que él fuera su esposo, puesto que entonces aún se «apañaban» los casorios.

Cuento estos principios de dos historias aparentemente grises y tristes para argumentar que, pese a todo lo vivido, estas dos familias, a su manera, sufriendo, luchando y gestionando la adversidad, fueron, más o menos, felices.

Por ello, queriendo aprender de estos avis y en aras a transmitir algún valor a nuestros hijos me pregunto: ¿Qué demonios estamos haciendo ahora? Pese a todo, ¿podemos seguir viviendo taciturnos procastinando cada día y buscando culpables?

Si es así, lo siento, conmigo no cuenten. Pintan bastos, claro que sí, pero también lo tuvieron muy jodido estos dos jóvenes de principios del siglo XX que se quedaron sin juventud. Ellos salieron adelante. Nuestros hijos, que no habrán conocido otra, y nosotros, que sí, tampoco nos quedará otra. Aprendamos dels avis. Ellos, algunos, también pasaron su coronavirus.

PD: Dedicat a tots els avis que ens han deixat i que tant van patir per ells i per nosaltres!

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