Uno se imagina a cualquiera de los 4.136 trabajadores afectados, ya recuperado, viendo ayer las noticias y enterándose de que su gastroenteritis, aquella que contrajo hace unos días por beber agua de la garrafa de la empresa, fue culpa de «contaminación fecal humana». O sea, restos de heces. Excrementos. Humanos. En el agua. En el agua embotellada de la que él y otros 4.135 trabajadores habían bebido en 381 empresas distintas de Tarragona y Barcelona.
Yo, ya se lo adelanto, habría preferido no saberlo. Después de pasar una gastroenteritis, después de la convalecencia, del malestar, de la recuperación, después además de someterme a exámenes porque se trató de una contaminación masiva a nivel de toda Catalunya que había que investigar... Después de todo eso, digo, cuando ya estoy recuperado y felizmente trabajando de nuevo, un buen día, en casa, a la hora de comer y viendo las noticias, me entero –y perdonen la expresión– de que bebí caca. Humana. De otro. Como para enfermar otra vez sólo de enterarse. Y como para volver a probar el agua de la garrafa del trabajo...
Tranquilizador, eso sí, que el secretari de Salut Pública, Joan Guix, aclarase ayer que se trata de «un hecho excepcional», que podemos estar tranquilos que la mayoría de veces, cuando bebemos agua, no tragamos excrementos. «Se trata de un sector altamente regulado y controlado, que ofrece todas las garantías de seguridad», añadió. ¿Todas? ¿Seguro? ¿Y, pese a reunirlas «todas», hay 4.136 personas que bebieron «restos fecales»? Insisto: casi mejor no saberlo.